Abel Ibarra
Uno de los dramas que se están viviendo en los Estados Unidos en el ámbito político es que los medios de comunicación se han convertido en sustitutos, o, al menos en nodrizas de los partidos, cuando terminan imponiéndole sus pareceres y decisiones, generalmente motivadas más por el afán de show mediático que por la necesidad de satisfacer el bien común.
Así ocurrió cuando, por ese morbo fetichista y monetario, elevaron hasta la estratósfera la imagen del actual presidente Barack Obama, impulsándolo en una carrera meteórica que lo llevó a ejercer un cargo para el cual no estaba preparado y que, sin embargo, haciendo de tripas corazón, ha logrado encabezar un gobierno que no puede ser calificado de malo si tomamos en cuenta los extremos de la crisis global.
Los demócratas aceptaron la imposición publicitaria de esos medios que le subieron el rating electoral al entonces candidato, dueño por demás de una calificada formación universitaria, de un punch discursivo singular y de un carisma cautivante, que ha debido esperar dos o tres períodos más en el congreso mientras lograba mayor madurez política para asumir el destino que lo tomó de sobresalto, y desestimaron la experiencia de la señora Hillary Clinton, quien había tenido una importante experiencia como senadora desde 2001 hasta 2009 y conoció de primera mano los asuntos de la Casa Blanca cuando le tocó ser la Primera Dama de la Nación.
La conducción cautelosa y firme por parte de la señora Clinton de los asuntos de la Secretaría de Estado, cuyo rol principal en la política exterior es el de servir de ojo avizor sobre los atropellos a la democracia en el mundo (sobre todo en el caso de Cuba, Irán y Venezuela), ha sido un ejemplo claro de templanza y formación para haber sido la candidata presidencial si la sensatez, la prudencia y la visión de futuro se hubieran impuesto en el partido Demócrata.
Y, por si fuera poco, los demócratas (no sólo Obama) crearon unas expectativas sobre el electorado que, a la vuelta de estos dos vertiginosos años, se han convertido en un búmeran sobre la nuca del gobierno que se ha visto imposibilitado de cumplirlas, no sólo por lo desmesurado y complejo de sus alcances, como en el caso de la Reforma a la Ley de Salud Pública, cuyos lineamientos generales han sido reducidos a nivel de eslogan como “proyecto socialista” y es rechazada por la gente que no la conoce bien, creando entre todos una atmósfera de desencanto y frustración alimentada por la oposición de los republicanos que han hecho más difíciles las negociaciones en el parlamento.
A los republicanos también les salió una hidra mediática llamada el “Tea Party” que hurga con sus siete cabezas en tabúes y atavismos que se creían superados, proclamando abiertamente un desconocimiento de los Derechos Civiles, que no sólo costaron una Guerra de Secesión cruenta, sino que, a la vuelta de los años, terminaron sellando con su tábula de igualdad a todos los ciudadanos de la Nación, pero, lo más grave es que el “Tea Party”, en su afán de despertar los demonios de la exclusión, el racismo y la supremacía blanca, se puede convertir en un apéndice infeccioso que termine contaminando y dividiendo al partido.
En fin, tenemos que en estas recientes elecciones los Demócratas dejaron solo a Obama, haciéndolo cargar la culpa del incumplimiento de las promesas que lo llevaron a la presidencia y a sus compañeros a ocupar curules para lograr el control del congreso y del senado.
El descrédito causado por los medios de comunicación a las instituciones democráticas y a los partidos fue de consecuencias nefastas en países como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, donde se ha retrocedido a fórmulas totalitarias que se creían superadas.
Estados Unidos no está libre de caer en este laberinto sin salida, ya en la calle anda corriendo como reguero de pólvora la especie de que la culpa de todo la tienen los políticos y de que “este país no funciona”, alimentando el discurso de la anti-política, mientras el resto de los actores de la sociedad civil andan escondidos tras el burladero de las simulaciones pasándole la papa caliente a cualquier otro y los extremistas de izquierda aún no asoman una cabeza organizativa, pero llevan la procesión por dentro a la espera de que cunda el descrédito general para colarse en la plaza.
No es sólo el hecho de tratar de ayudar al golpeado lo que me impulsa a tratar de colaborar en el fortalecimiento de la imagen de Obama, también, que él es el maquinista de la locomotora democrática que debe atravesar el mundo para siempre, más lo que dijo McCain cuando perdió las elecciones: “Yo era candidato, pero ahora Obama es mi presidente”.
P.S: Como decía el poeta Eleazar León en nuestra pelea contra la barbarie que ya asomaba su nariz en los campos universitarios: “Hay ganancias que no arrojan sino pérdidas y beneficios que sólo pueden ser disfrutados en la mezquindad”.
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