Abel Ibarra
Uno de los fenómenos que más ayuda a Chávez en su desvarío totalitario es la proliferación (como hongos) de politólogos y filósofos express en las páginas de Internet, que con su verbofilia caza bobos terminan confundiendo a los internautas y tendiéndole la cama al mandón comunista.
Incapaces de vincularse a espacios reales de discusión para un debate productivo, exentos de argumentación sólida con la cual derrotar posiciones adversas y, contaminados de una egolatría umbilical que se agota en sí misma, nuestros semi-Generales de Internet, esos que a veces postulan que hay que meter una bomba debajo de la cama de Chávez (pero lanzada desde la pantalla del computador), se han convertido en opinadores de oficio que parecieran estar animados por la máxima anarquista de “díganme de qué están discutiendo para yo ponerme en contra”.
Leerlos no tiene caso porque son siempre los mismos cagaelectrones de importancia nula, e idénticas sus pategallinas retóricas, destinadas más al auto-contentamiento (quise decir algo más rudo), que a la necesidad de contribuir a sofocar la pesadilla chavista que nos aturde la vida de cada día.
Con sus veces y reveses, equivocaciones y aciertos, marchas y contramarchas, la Mesa de la Unidad Democrática ha venido ganando un territorio conquistado a punta de esfuerzo, a punta de desvelos, a punta de conciliación, a punta de punta, que se expresa, para no ir tan atrás en la memoria, en tres hechos muy recientes que tienen a Chávez en volandas para tratar de remendarse los fustanes rotos en la carrera: uno, el gancho al hígado que cogió cuando malbarató una fortuna para apoyar a sus candidatos a la Asamblea Nacional y le metimos el 52% de los votos (parece que más). Dos, el uper en la mandíbula que lo obligó a vetar la Ley que eliminaba la Autonomía Universitaria, ordenada a redactar días antes a sus furrieles genuflexos del congreso y, tres, el pare y marcha atrás que se vio obligado a dar con la Ley Habilitante cuando propuso reducirla de dieciocho meses a cinco, porque le metimos una olla de presión contestataria: “puede ser hasta el 1o de mayo”, dijo, con el rictus ampuloso de quien gana con trampa.
La actitud de los mala leche de siempre, garrapateando en la realidad virtual, de los patiquines de culito abrillantado que sólo quieren ver la unidad en torno a sí mismos y de los chistosos que viven choteando este esfuerzo para justificar sus empleos en los medios de comunicación, se condensa en una sola respuesta: “Esa es otra viveza de Chávez y ya verán”, rematando con el dedo índice que apunta a sacarte el ojo, sin darse cuenta (o a lo mejor a propósito) de que con eso lo que logran es crearle una falsa imagen de invencible, a pesar de que cada día la oposición se le planta de manera más firme pero sensata y efectiva.
Me gustaría ver a estos heroicos simuladores con el temple público de Capriles Radonsky cuando resistió estoicamente los escupitajos de Juan Barreto en el Teresa Carreño, el de Antonio Ledezma, que anda entendiéndose con un pulmón seriamente dañado por los gases lacrimógenos, con la resolución de Pedro Mena y Alexis Ortiz cuando el cónsul Hernández Borgo intentó impedirles que votaran en Miami. O, con el desparpajo de Henry Ramos, cuando llegó a su casa en calzoncillos y su mujer le preguntó que si se había vuelto loco: “no, es que a la salida del congreso me echaron un balde de excrementos y me tuve que quitar el flux”.
Con muchos como ellos y el concurso de la gente de buena fe, vamos a despertar de la pesadilla en el 2011 con el energizante de los votos. Vale y palante.
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