Para poner en contexto las íntimas relaciones entre estos tres conceptos, que podrían considerarse como distantes, debemos plantearnos una realidad en la que estamos inmersos, pero que muy pocas personas, fuera del ámbito académico y de especialistas, han incorporado a su tren habitual de pensamiento: A partir del primero de enero de este año, sin interrupción, y durante los próximos 15 años, diez mil norteamericanos se acogerán al retiro cada día.
Lo primero que debemos reconocer es que estos millones de miembros de la tercera edad enfrentan un retiro largo, gracias a los adelantos tecnológicos y sanitarios, la esperanza media de vida ha avanzado hasta los límites de la octava década, por lo que estos compañeros enfrentan una existencia de relativo ocio que se prolongará por 15 o más años.
Esta cifra podría considerarse como una estadística pintoresca, como si no afectara para nada la existencia de los jóvenes, de los niños o de los mismos miembros de esa edad áurea con la que tantos soñamos. Sin embargo, como trataremos de explorar a lo largo de esta conversación, la existencia de este fenómeno promete introducir cambios muy profundos en la vida de la gente que habita, trabaja, o sueña con vivir en este país
Los que, de una u otra manera, estamos vinculados a la empresa, como fuente fundamental del funcionamiento de una sociedad abierta y democrática como la de los Estados Unidos, aprendemos con bastante rapidez, que la economía, la política, e incluso el funcionamiento de muchas de las instituciones, se relacionan de una manera inmediata y que las variaciones que se observan en una de ellas, generan movimientos en las diversas variables.
La inmigración y sus efectos, ha sido un tema que, aunque desempeña un papel fundamental en la historia de los Estados Unidos, casi desde el mismo momento de su formación, muchos consideran que puede tratarse marginalmente, como algo que ocurre fuera del umbral de nuestra atención o de la esfera de nuestras actividades o intereses. Sin embargo, como veremos, su incidencia es cada vez más importante y urgente y nos obliga a analizarla con especial dedicación y cuidado.
Inmigración y dinámica histórica
Los grandes movimientos migratorios, casi desde el inicio de la historia humana, han generado importantes modificaciones políticas y económicas. Las primigenias invasiones de los arios, desde la India, hacia el Medio Oriente y luego a Europa, pusieron las bases para la civilización sumeria y algunas otras primitivas. Luego las grandes migraciones de las naciones llamadas “bárbaras”, modificaron las estructuras administrativas, el funcionamiento económico y las prácticas políticas del Imperio Romano y terminaron por destruir a la parte occidental de ese imperio.
Todos sabemos de los efectos de las enormes movilizaciones humanas iniciadas por los mongoles de Ghengis Khan sobre las viejas civilizaciones de la llamada “Media Luna Fértil”, cuna de las civilizaciones más importantes y también en Rusia y el oriente de Europa, donde dejaron una huella muy profunda.
Cuando un pueblo, o nación, decide moverse en el ámbito geográfico, lo hace por poderosas motivaciones históricas. La doctrina alemana del “lebensraum” o espacio vital, que potenció la expansión geográfica del Tercer Reich de Hitler en la cuarta década del siglo pasado, de hecho se presenta, de manera automática, en los movimientos migratorios masivos.
Por eso no podemos considerar que el problema de las migraciones es un fenómeno contemporáneo, sino el reflejo de viejas y muy importantes tradiciones y no pueden ser consideradas, simplemente, como situaciones de aplicación de leyes circunstanciales, sino como ocasiones para el análisis detenido y la negociación, que reconozca, de manera adecuada, las características y determinantes de estas migraciones y verifique las ventajas y desventajas que crean, tanto para la nación de origen como para la de destino.
Las migraciones del Siglo XXI
En estos últimos años se ha venido imponiendo un mecanismo causal para las migraciones que depende de dos características esenciales, la enorme diferencia entre las perspectivas de bienestar entre las sociedades altamente desarrolladas y las de regiones y continentes relativamente cercanos y el descenso secular de las tasas de natalidad y el consiguiente incremento de la edad promedio de las poblaciones. Si se comparan las llamadas pirámides de población, por edad y sexo, entre países de bajo nivel relativo de desarrollo y las naciones de mayor nivel de bienestar, se encuentra que estos últimos tienden a presentar un tope muy pesado, con los escalones inferiores cada vez más angostos, casi una imagen inversa de la que se observa en las sociedades más pobres, además, los avances científicos han aumentado muy rápidamente la esperanza de vida al nacer para las sociedades de más alto nivel de bienestar, lo que implica un período de retiro cada vez más largo y costoso para los servicios de seguridad social.
Estas dos condiciones, claramente evidentes en Europa y Estados Unidos, han creado incontenibles corrientes migratorias que abruman los servicios de inmigración de los diferentes países y crean situaciones realmente complejas desde el punto de vista legal, económico y humano.
Un elemento que hay que tomar en cuenta es que los países “industrializados” han superado su fase manufacturera para adentrarse en una nueva etapa en la cual se multiplican los servicios y se reducen las áreas de producción material. Es posible que, si se excluye la producción agropecuaria, los países de mayor grado de desarrollo relativo, han disminuido considerablemente su producción industrial tradicional y están dependiendo, cada vez más, de mecanismos avanzados de robótica y de aplicaciones informáticas.
Hay que llegar a la raíz
La inmigración no es un problema sencillo, que pueda resolverse con soluciones simplistas, o aplicando paños tibios, sino que debe ser analizado en todas sus vertientes e implicaciones. En primer lugar, la economía funciona creando una demanda de mano de obra. Si los factores de producción tienen movilidad, como ocurre con el capital o el empresario, la empresa puede establecerse donde se encuentra la mano de obra. Tal cosa ocurre en India, China, Filipinas, Corea. Pero, si, por el contrario, el factor no puede moverse, como ocurre con la tierra agrícola, la construcción y los servicios prestados a personas, entonces es la fuerza de trabajo la que debe trasladarse hasta el lugar de aplicación.
La agricultura norteamericana, desde hace siglos, ha dependido del uso de mano de obra de bajo costo. En un principio se usaron los “indentured servants”, personas que vendían un determinado tiempo de su trabajo a cambio del pasaje y alojamiento, los presidiarios, que pagaban total o parcialmente su condena trabajando la tierra para un tercero, los esclavos africanos que tuvieron a su cargo los productos agrícolas exportables de los Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XIX. En fechas más recientes, la producción agrícola en California y otros estados del oeste, ha dependido en gran medida de la mano de obra de inmigrantes itinerantes.
Las exigencias de la competencia
Estos hechos no están aislados ni se pueden desconocer circunstancias comunes. Las industrias de exportación requieren trabajar con costos de producción compatibles con las necesidades de la competencia internacional, por ello, en presencia de una tecnología estable, el único factor de ajuste es el salario.
Los empresarios que usan mano de obra más barata, no son delincuentes, ni cometen ningún delito contratando trabajadores que estén dispuestos a laborar dentro de los perfiles de salario y productividad exigidos.
Ahora se presenta una nueva circunstancia, que es la del progresivo envejecimiento de la población estadounidense, que implica la creciente necesidad servicios personales, tanto de atención de la salud, como de realización de tareas domésticas. En muchos casos de salud, las estipulaciones y tarifas de los sistemas de seguros públicos o privados, establecen márgenes salariales muy estrechos, que en muchos casos no son atractivos para los trabajadores nativos o para los que ya han legalizado su estadía.
La presencia de la mano de obra inmigrante en sectores en los cuales hay un déficit notable de oferta de mano de obra, no es, entonces, el resultado de una confabulación criminal, ni tampoco la falta de documentación inmigratoria es un delito calificado, sino una falta administrativa que se redime con multa.
Salir de la crisis
La situación que está viviendo la economía estadounidense no es nueva, porque, de alguna manera se parece a la ocurrida en los años 30, cuando el desempleo llegó a estar en las cercanías del 30%, sin embargo, el modelo de pasar a una economía de guerra, que fue el utilizado por Roosevelt para promover la salida de la crisis, no parece factible hoy, sobre todo porque la industria bélica se encuentra en un alto nivel de producción, como resultado de las guerras en Irak y Afganistán y los requerimientos de la llamada guerra contra el terrorismo.
Es muy dudoso que una activación súbita de la industria bélica pueda tener efectos perdurables sobre la recuperación del ritmo de crecimiento económico previsible, aparte de que la tecnología actual requiere una inversión sumamente elevada por cada puesto de trabajo creado.
La creación de empleo en el área de manufactura, corre en contra de la corriente actual de transferir las actividades de fabricación a economía de costo marginal cero en materia de mano de obra y aprovechar solamente la enorme capacidad del mercado, siguiendo el modelo impuesto por Walmart, que ha transformado casi totalmente el panorama de la industria ligera de los Estados Unidos. Por esa razón, no parece razonable pensar que puedan producirse grandes inversiones privadas en el área de manufactura.
Los cambios fundamentales en los paradigmas, parecen más probables en áreas como el transporte, la salud, la educación y la vivienda. Estos sectores están muy vinculados con el sector de construcción, que es un creador masivo de empleos que, por su naturaleza, no son susceptibles de exportación. Por ello parece razonable pensar en que las inversiones se producirán en estos servicios y que ello acentuará las tendencias observadas hacia la redistribución de la población y la revitalización de las áreas centrales de las ciudades.
Parece inevitable que el creciente costo de los combustibles, la lucha contra la contaminación y el efecto invernadero y las perspectivas alarmantes de calentamiento global, generen un movimiento de reurbanización, que implique un relativo abandono de los suburbios, a favor de la vida de ciudad. Si este cambio ocurre, las modificaciones profundas en el modo de vida y en la demografía, implicarán una demanda creciente de inversiones en renovación, ampliación y mejoras de la red urbana de servicios, incluyendo sistemas de reciclaje de aguas servidas, nuevos sistemas de transporte masivo de pasajeros y reubicación de los centros comerciales.
La creación masiva de empleo en los centros urbanos puede hacerse a un costo relativamente bajo, mediante la transferencia de recursos del gobierno federal a estados y municipios, para la realización de proyectos concretos en estas áreas. Por supuesto, otros servicios, como el de electricidad, internet inalámbrico y algunos otros campos, añadirán a la imagen que estamos tratando de trazar.
Una parte importante de estas inversiones de largo plazo corresponderá al sector privado, como lo evidencia la reciente actividad inversionista de Warren Buffet en la compra de empresas ferroviarias, porque la creación de una nueva estructura de transporte de carga y pasajeros en largas distancias será una condición indispensable del nuevo modelo. Pero hay áreas en las cuales es el gobierno, preferentemente local, el que tiene que actuar. Programas de obras públicas de alta prioridad, deberán recibir la máxima atención en los próximos años y generarán altos niveles de endeudamiento para el estado, que se compensarán, de manera bastante rápida, por el incremento de los impuestos creados por la reactivación económica.
El concepto de evitar la deuda pública, es decir, de mantener el equilibrio fiscal al máximo, con muy pocas variaciones, que parece razonable para la economía individual, no lo es tanto cuando se mide el efecto global. En los Estados Unidos parece razonable pensar que el cambio de paradigmas deberá ser financiado por endeudamiento público, hasta que adquiera una fuerza suficiente para generar iniciativas suficientes de inversiones privadas en infraestructura.
Esta formulación, sin embargo, sufrirá el embate de una posición política que se empeña en reducir la presión tributaria, limitar las funciones del gobierno y “regresar” a la época paradisíaca del capitalismo del siglo XIX. Esto, lamentablemente, no es posible, y va a tropezar con hechos concretos de convivencia en las ciudades y de crecimiento del crimen y de otros males sociales como resultado del desempleo generalizado.
Aunque el estado federal crecerá, se producirá una masiva transferencia de poder económico hacia las comunidades, reforzando cada vez más a la vida democrática y a la activa participación ciudadana en la contraloría de las obras y actividades que mejoren la calidad de vida en las zonas interiores de las grandes ciudades.
Cambio en los patrones demográficos
Por otro lado, tanto en Europa como en Estados Unidos, el número de retirados cada año excede la capacidad de creación de empleo, dejando cada vez a una proporción menor de la población activa, la responsabilidad de sostener a una población joven decreciente y a una de retirados cuyo desarrollo resulta avasallante.
Un estudio hecho a mediados de la década pasada, tomando en cuenta las tendencias demográficas que se vienen observando en los Estados Unidos concluyó que en los 27 años comprendidos entre 2003 y 2030 podía esperarse un aumento de la fuerza de trabajo estadounidense de 13.3 %, que equivale a un promedio interanual de 0.46%, mientras tanto la población de retirados mostrará un crecimiento de 93.1% en esos mismo años, con una tasa anual media de 2.46%.
En los próximos 15 años se calcula que pasarán al retiro unos 45 millones de personas y que, con una tasa de natalidad casi igual a cero en la población blanca y apenas marginalmente superior entre los afroamericanos, la oferta de mano de obra de la población nativa es muy inferior a las necesidades actuales y lo será más en la medida en que prevalezca la necesidad de prestar servicios personales a miembros de la tercera edad.
En la actualidad los alumnos hispanos en la escuela elemental llegan a representar 40% o más en muchos estados de la Unión, y ese porcentaje seguirá creciendo, a medida que aumenta el número de hispanos, crecimiento que se alimenta de una alta natalidad y de una fuerte inmigración. Diversos cálculos indican que en 30 años los hispanos serán el grupo étnico más numeroso, con 42% de la población total, contra 39% de los blancos, 16% de negros y el resto repartido entre las demás etnias.
Históricamente, el crecimiento de la población ha dependido más de la inmigración que del factor vegetativo, por ello en la historia de los Estados Unidos, la inmigración ha sido siempre un tema de tanta importancia. Desde la época de los Pilgrims, en el siglo XVII, la ocupación del territorio ha dependido de una abierta política de favorecer el ingreso de personal necesario en las actividades económicas.
Ahora se invocan falsas razones legales, confusas estadísticas salariales y de ocupación y doctrinas políticas de muy dudosa precisión, para alimentar un sentido de xenofobia, estimulado por un clima económico depresivo. La realidad es que la continuidad de la economía y del prestigio norteamericano en el mundo, requiere que se establezca una política inmigratoria racional y se normalicen las operaciones legales de inmigración. No puede ser racional que para que un hombre traiga a un hermano legalmente deba esperar cerca de 15 años, mientras algunos gestores pueden hacerlo llegar en pocos días, mediante el pago de una tarifa, cuyo costo es pagado en muy poco tiempo por el salario del recién llegado.
Es indispensable desarmar la argumentación, falaz y retrógrada, que impide la regularización de la inmigración y el establecimiento de un sistema más humano y racional. Es evidente que un desarrollo de esta naturaleza implicará consecuencias muy graves para todo el país y su gente, pero para precisarlas tenemos que explorar algunos de los detalles de la demografía norteamericana.
Evolución de la población norteamericana
Las proyecciones elaboradas por la Oficina del Censo de los Estados Unidos para los próximos 40 años y publicadas en 2009, nos permiten fijar la idea de cómo crecerá la población de la nación hasta 2050, nos hablan de un crecimiento considerable en este período, con un descenso relativamente importante de la tasa global, al pasar de 1.03 % registrado entre 2000 y 2010 al 0.71% para la década de 2040 a 2050, en la hipótesis más baja de inmigración.
Uno de los fenómenos que observan los demógrafos norteamericanos es que la población blanca no hispana, que era cerca de 70% del total en el 2000, va a tener una evolución descendente desde el punto de vista relativo, para ponerse por debajo de 50% en 2040. Mientras tanto, la población hispana que fue 12.6% en 2000, podría alcanzar a 31.3% al final del período analizado.
Es evidente que el sector que muestra mayor dinamismo es el hispano, que en la hipótesis de mayor crecimiento podría llegar 143.5 millones de habitantes en 2050. De hecho, la población hispana aporta cerca de las dos terceras partes del aumento de población esperado. De este incremento 55% proviene de la inmigración y 45% de los descendientes de hispanos.
Para mediados del siglo, la población total será de un poco más de 458 millones de habitantes y habrá desaparecido el concepto de minorías como las conocemos ahora, pues ninguno de los grupos étnicos podrá tener una participación mayoritaria, el concepto de país anglosajón que hemos conocido a lo largo de la historia, habrá sido absorbido por una nueva y poderosa realidad.
Las implicaciones económicas, sociales y políticas de la evolución demográfica de los Estados Unidos son muy profundas y significativas. En el plano económico se producirá una considerable reducción de la base de sostenimiento de la población no activa. En efecto, el número de trabajadores activos por cada retirado o menor se va reduciendo, de forma que, para sostener el nivel de vida de los retirados será necesario incrementar la productividad para que puedan mantenerse las normas actuales.
De acuerdo con las proyecciones oficiales, la población de mayores de 65 años crecerá a una tasa media interanual de 2.06%, para la población total, mientras el número de personas entre los 15 y 64 años apenas crecerá a una tasa de 0.7. El hecho de que los retirados tripliquen en su tendencia, a la población total es muy alarmante.
Hasta ahora, el aumento de la población inmigrante, tanto legal como indocumentada, ha permitido mantener un cierto equilibrio, pero los ritmos de crecimiento son muy claros. Los blancos no hispanos mostrarán un decrecimiento neto en la población en edad de trabajar ( -.03% anual), mientras la fuerza de trabajo hispana crecerá en los 40 años a razón de 2.5% anual.
Una de las consecuencias es que tendremos un electorado más viejo y los asuntos vinculados al bienestar de la tercera edad adquirirán mayor peso político, mientras lo referente a la educación y la infancia recibirá menos atención pública. La polarización aumentará y, si se mantienen las tendencias observadas, los estados de mejor condición climática recibirán una proporción creciente de ancianos.
Impacto económico de la inmigración
Los críticos de la inmigración se empeñan en presentar una imagen distorsionada de los hombres y mujeres que han venido a los Estados Unidos a trabajar. Los presentan como delincuentes, como personas que vienen a robarle oportunidades de trabajo a los nativos y a vivir a cuenta de los fondos del estado, consumiendo más de lo que aportan en materia de educación, salud y servicios sociales.
La realidad indica que la aspiración de estos acérrimos enemigos, de deportar a los indocumentados sería una tarea de Sísifo, cuyo costo sería insoportable y crearía condiciones de violación masiva de los derechos humanos, como lo demuestran los campos de concentración y los uniformes penitenciarios inventados por el sheriff Arpaio de Arizona.
Un informe elaborado por el Fiscal Policy Institute, en diciembre de 2009, indica que en los Estados Unidos hay 37.23 millones de inmigrantes, que representan 12% de la población del país, pero si se busca a las 25 ciudades más importantes de la nación, se encuentra que en ellas residen 24.6 millones de inmigrantes, que son las dos terceras partes del total y llegan a representar 20% de la población de estos centros urbanos.
Entre esas ciudades, la que mayor proporción de inmigrantes tiene es Miami, con 37%, como se ve en el siguiente cuadro.
Población e inmigración por ciudades
Ciudad Población (Mill) Inmigrantes (Mill) Porcentaje
Miami 5.40 1.99 37
Los Ángeles 12.87 4.45 35
San Francisco 4.17 1.23 30
Nueva York 18.79 5.27 28
San Diego 2.95 0.68 23
Riverside 3.99 0.87 22
Total de 25 ciudades 124.00 24.60 20
Total Estados Unidos 299.00 32.23 12
Las veinticinco ciudades mayores concentran 42% de la población del país y dos terceras partes de los inmigrantes, en ellas se genera cerca de 50% del Producto Interno Bruto de los Estados Unidos.
Entre 1990 y 2006, fechas que limitan el estudio que glosamos se observó el fenómeno de que aquellas ciudades donde se registró el más rápido crecimiento económico fueron también las de mayor crecimiento de la proporción de inmigrantes en su población. Un hecho notable en el análisis económico de la inmigración es que en casi todas las ciudades el aporte de los inmigrantes a la producción es igual o ligeramente mayor que su participación en la población. Esta medida indica que la productividad de los inmigrantes no es inferior a la de los nativos, aunque se observa que en las 25 ciudades el ingreso promedio de los trabajadores nativos es de 45 mil dólares anuales, contra 27 mil dólares para los inmigrantes, una diferencia no explicable por factores de azar.
Los inmigrantes se distribuyen en toda la escala de empleos
Contrariamente a las creencias de algunos detractores, los inmigrantes no están confinados a las ocupaciones de menor calificación y remuneración. Las estadísticas indican que 24% de los inmigrantes desempeñan funciones de rango gerencial y 25% ocupa cargos técnicos, de ventas o de servicios administrativos. Adicionalmente, los inmigrantes perciben 22% de las cantidades declaradas como beneficios empresariales, lo que indica que tienen una participación directa como empresarios que es, por lo menos, similar a su proporción dentro de la población. Estas cifras, por si solas, desvirtúan la leyenda negra de los inmigrantes como peones agrícolas o jornaleros de muy baja calificación.
Cuando se analiza la situación de los salarios y otras compensaciones laborales se descubre que en los rangos superiores de empleo no se perciben diferencias significativas en los niveles de remuneración, ni tampoco en las categorías intermedias de técnicos, vendedores y empleados administrativos, así como en las áreas de construcción y manufactura, donde las diferencias se mantienen en entornos aceptables.
Los problemas se hacen evidentes en el área de servicios, que son, generalmente, peor remunerados que los demás, pero se nota una marcada diferencia entre los salarios pagados a nacionales y extranjeros.
Economía del inmigrante
Podríamos tomar un inmigrante promedio, que trabaja unas 2000 horas al año, devengando unos 20.000 dólares, de los cuales cerca de un cuarto los remite a sus familiares, dejando 15.000 para asumir sus gastos. De esta suma cerca de 90% se destina al consumo, 60% a alimentos y el resto a todas las demás necesidades.
Esta estructura determina que su contribución a la demanda global sea crucial en la creación y mantenimiento de los niveles de empleo locales. La concentración de los indocumentados en labores agrícolas, cuyo producto es básico para la seguridad alimentaria de la nación, les otorga un papel importante en la estructura social del país.
En cuanto a que los niños disfrutan de educación gratuita, es bueno saber que sus padres contribuyen a la educación tanto o más, en relación con su ingreso, que cualquier otra capa de la población norteamericana. Diversos datos indican que el uso de los servicios médicos por parte de los indocumentados es significativamente menor que el del resto de la población, debido a que temen ser identificados y deportados si son interceptados por policías u otras autoridades del gobierno.
Es muy posible que el incremento de costos de salud obedezca en un grado mucho mayor, a los ciudadanos nativos que no pueden tener seguro de salud y, por ello, acuden a las salas de emergencia de los hospitales, incrementando el costo para toda la comunidad. En este caso, se imputa a los indocumentados un pecado que no les corresponde.
La comunidad hispana es hoy la mayor minoría en los Estados Unidos, con un total cercano a 50 millones. Dispone de un poder de compra de 1 billón de dólares. Los indocumentados y sus hijos representan cerca de 40% de esa comunidad y disponen de una capacidad de consumo equivalente a una cuarta parte de lo comprado por el colectivo. Ello indica que su poder en el mercado es de 250 mil millones de dólares y pagan un promedio de 25 mil millones de impuestos indirectos, lo que indica que su contribución a la economía es sustancial.
El tratamiento de la inmigración
Estados Unidos ha sido un país de inmigrantes, y ello no es una frase hueca, sino una realidad estadística. Ahora, cuando se ha hecho tanta leña de la inmigración y se ha pensado en erigir murallas que hacen palidecer al muro de Berlín, para impedir el acceso de ellos a la nación, la proporción de personas residentes en el país, nacidos en el extranjero, bordea el 12% de la población total, mientras que la inmigración en la ola anterior, entre finales del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX, alcanzó a ser de 20%. Sin embargo, en aquella época no había una actitud tan negativa.
Es posible que este cambio de actitudes obedezca a que ahora inmigran hispanos y no europeos, lo cual añade un elemento de discriminación racial a la repulsa contra los inmigrantes. Además, estadísticamente es cierto que los recién llegados no están quitando el trabajo a los ciudadanos, porque en los años de mayor auge inmigratorio, las tasas de desempleo fueron claramente descendentes y los índices de salarios no mostraron una pérdida de poder adquisitivo por los trabajadores.
En la generalidad de los casos, los inmigrantes desempeñan trabajos para los cuales no hay oferta local y proveen a la población un conjunto de servicios personales que no pueden ser mecanizados o informatizados con facilidad o criterio de economía. Lo cierto es que en otras etapas históricas se han observado reacciones anti inmigrantes. Las reacciones contra los irlandeses en Boston, Nueva York y Filadelfia durante el siglo XIX, la violencia contra los italianos en casi todo el noreste en años posteriores y la repulsa contra los polacos en la región de los Grandes Lagos, fueron consideradas como actos discriminatorios, que algunos asimilaban a las posiciones adoptadas contra los negros en el Sur.
Sin embargo, nunca antes se había caracterizado la pasión contra los extranjeros como un movimiento político nacional, ni se había intentado tomar iniciativas como las que han aparecido en Arizona o movimientos para despojar de su nacionalidad a los hijos de inmigrantes nacidos en Estados Unidos. Grupos numerosos y violentamente motivados, pregonan su odio y exigen que sean deportados todos los inmigrantes indocumentados, a quienes llaman “ilegales” y acusan del incremento de ciertas actividades delictivas.
En busca de la racionalidad
Aunque Estados Unidos tiene un futuro brillante, en muchos aspectos, por su condición de país abierto a la innovación y en pleno disfrute de la libertad, no es menos cierto que enfrenta un grave reto, que ya está presionando a los países europeos, que es la atención de la salud, sobre todo para la población de la tercera edad. Si se mantienen las tendencias ni siquiera será posible mantener el equilibrio, pero, si, por el contrario, se restringe el ingreso de trabajadores extranjeros, la situación podría llevar a una gradual e ineludible reforma fiscal que aumente considerablemente la presión fiscal.
Todos sabemos que el llamado “estado de bienestar”, que caracteriza a los países europeos, sobre todo los nórdicos, implica altos niveles de presión fiscal y sistemas integrales de atención de la salud y el bienestar de la población. En Estados Unidos, aparentemente, se quiere un modelo contrario, de bajos impuestos y gobierno pequeño, pero existe un interrogante muy grande: ¿alcanzarán los recursos individuales para atender la salud? Y ¿Quién estará a cargo de pagar los déficit de los hospitales?
Parece muy dudoso que, dejados a su libre albedrío, los estadounidenses puedan cubrir sus costos, en un sistema absolutamente dispendioso, diseñado por abogados para maximizar sus ingresos por litigios sobre reales o supuestos casos de negligencia o mala praxis médica. Si se mantiene el sistema de que los hospitales estén obligados a atender a los pacientes, no tardarán en quebrar o en establecer cortapisas al acceso a la salud que llevarán a niveles inaceptables de morbilidad.
Por otra parte, si el crecimiento de la población trabajadora desciende y el número de ancianos sigue creciendo, será imposible pagar sus pensiones de retiro, a menos que se vaya paulatinamente, aumentando la contribución al Seguro Social.
Cualquiera de estas hipótesis implica un deterioro de la calidad de vida de los estadounidenses en un grado imposible de concebir e implicaría la desaparición del concepto de solidaridad, que es un requisito indispensable para la convivencia y el desarrollo. Desde ese punto de vista, en mi opinión, las ideas y doctrinas del llamado “tea party”, no sólo son odiosas, sino también impracticables, sin sacrificar, precisamente, las virtudes que alaban tanto los extremistas de estas posiciones.
Tratando de cortar el nudo gordiano
Desde el punto de vista económico, social y político, no parece haber otra solución que el diseño de una legislación y política inmigratoria que permita que la inmigración duplique a la actualmente proyectada y llegue a un total no inferior a los 3.5 millones de personas por año. Esta cifra ya ha sido presentada por el doctor Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, como la necesaria para garantizar el mantenimiento de Medicare y Seguro Social, al añadir constantemente nuevos contribuyentes jóvenes y sanos, a una población trabajadora que está envejeciendo muy rápidamente.
No se trata de doctrinas extremistas, ni de aplicación de sistemas socialistas, sino de la búsqueda de soluciones prácticas que resulten en el mayor beneficio para todos los implicados. La pregunta es, ¿en qué trabajarían esos inmigrantes?
Pues bien, una adición de tres millones y medio de retirados al año, suponiendo que cada uno de ellos requiera servicios paramédicos y personales por el orden de 250 horas por año, implica, que sólo en el sector de salud se crearán cerca de 500 mil empleos por año. Estos nuevos empleos, a su vez implican la creación de nuevas plazas en sectores de servicios, tales como comercio, transporte y otros, que darán un total de 500 mil empleos más.
Si continúa el desplazamiento de los retirados hacia el sur, debemos pensar en que para alojar a estos jubilados deberán construirse cerca de 1 millón de viviendas para ellos, además de las que se requerirán para los nuevos empleados del sector. La construcción de las viviendas y urbanismo llevarán a la utilización de cera de un millón de personas.
Los restantes inmigrantes trabajarán en agricultura, en la medida en que se redistribuye la producción vegetal para reducir el consumo de energía, en servicios tales como comercio y transporte, y en un programa de largo alcance para recrear la infraestructura del siglo XXI.
No parece haber límite para la utilización de esta mano de obra.
Otra perspectiva, que no puede ser olvidada es la exportación de ancianos. Mediante convenios adecuados con países de la cuenca del Caribe, se pueden planificar grandes complejos privados de atención a la tercera edad en países extranjeros, que permitirán que los inmigrantes se queden en sus países de origen y reciban el beneficio de la transferencia de muchos miles de millones de dólares que serán las pensiones pagadas por los ancianos. Esta cifra aumentaría, suponiendo una exportación de 1.4 millones de personas anuales, y una pensión media de 20 mil dólares, de unos 28 a 30 mil millones de dólares, que podrían promover un cambio cualitativo y cuantitativo de gran trascendencia en toda América Latina.
Es indiferente la forma en la cual se haga, la clave va a estar en una nueva forma de considerar el problema migratorio y de establecer paradigmas de solidaridad nacional e internacional que puedan generar nuevas formas, más armónicas y humanas, de convivencia.
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