Abel Ibarra
El
problema no es que Garzón sea un delincuente, que lo es, sino la cortedad de
miras del presidente Juan Manuel Santos al insistir en mantenerlo como asesor
de asuntos de política judicial en Colombia. Baltazar Garzón, obnubilado por su
propia egolatría a raíz del juicio (justo por demás) contra el general
Pinochet, se lanzó por el tobogán de la figuración pública hasta quedar
enceguecido por una egolatría que lo condujo finalmente a que el máximo
tribunal español lo condenara a once años de suspensión como juez, por el
delito de prevaricación.
La
causa que se le siguió a Garzón se debe a que éste ordenara un conjunto de
escuchas ilegales (léase interceptación de llamadas) a los implicados en el asunto
Gürtel, cuando éstos conversaban con sus abogados en los locutorios del penal
donde se encuentra arrestados por un caso de corrupción en la ejecución de
contratos millonarios con algunas administraciones gobernadas por el Partido
Popular. Fuera cual fuera la intención final de Garzón, y entendemos que su
objetivo era dañar al PP en razón de la proximidad de las elecciones, el haber
intervenido los teléfonos de los reos significa un delito que el ahora ex juez
pantalla se ve obligado a pagar.
Pero
hay más, otros dos juicios por venir tienen que ver con el cobro ilegal de
honorarios profesionales pagados por el banco Santander por unas conferencias realizadas en la
Universidad de Nueva York, además de otro por prevaricación al haber abierto
una investigación acerca de los crímenes del franquismo sin tener cualidad para
ello, violentando además los acuerdos del borrón y cuenta nueva con el que comenzó
la democracia en España a raíz de los acuerdos de 1977.
Per
se, el hecho de que un juez cobre honorarios por debajo de la mesa por unas
conferencias no merece comentario, pero, con relación a la búsqueda de
fantasmas de la Guerra Civil Española, además de condenar la tozudez de Garzón
por reabrir unas heridas que se creían sanadas, valdría hacer alguna
precisiones que abundan para calificar este proceso como viciado.
Se
trata de una carta publicada por el enterrador del Cementerio de Paracuellos
del Jarama, en Madrid, a Santiago Carrillo, ex Secretario General del Partido
Comunista Español, para recordar que los crímenes habidos en esa guerra civil
ocurrieron de lado y lado, sobre todo, porque siempre se sabe por donde
comienzan las guerras pero no cómo terminan.
Aquí un fragmento: “¿Te acuerdas,
Santiago Carrillo, la noche que llegaste (…) en el coche Ford, matrícula de Madrid
984, conducido por el comunista JUAN IZACU y los chequistas MANUEL DOMÍNGUEZ
alias 'EL VALIENTE' y el Guardia de Asalto JOSÉ BARTOLOMÉS y en el sótano
mandaste quemar los pechos de la monja Sor Felisa del Convento de las
Maravillas de la calle Bravo Murillo, y así lo hizo 'EL VALIENTE' con un
cigarro puro? Esto sucedió el 29 de agosto de 1.936 a las 3 de la madrugada”.
¿Querían memoria?, se pregunta el emisor
de la carta y se responde a sí mismo que “entonces memoria tienen”, de la misma
manera como queremos recordarle estos incidentes al presidente Santos para que
escuche las recomendaciones del Procurador General de Colombia, Alejandro
Ordoñez, y excluya a Garzón de la Misión de Apoyo al Proceso de Paz. Sobre todo
ahora, cuando los narcoterroristas de las FARC parecen estar minando el plan
que los puso de rodillas cuando Santos era Ministro de la Defensa en el
gobierno de Álvaro Uribe.
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