Abel Ibarra
Enrique Hidalgo es más que Enrique Hidalgo. A fuerza de meterse dentro de sí mismo ha logrado entrar en el corazón de todos y sus canciones pueblan nuestra memoria como un conjuro que se entona para procurar el amor. ¡Qué cosa!, el amor, ese estremecimiento que mueve los músculos del alma como si estuviéramos a punto de nacer otra vez. Que inventa el movimiento y le enciende el motor de la vida a todo. ¡Hágase el amor!, dijo el eterno, y el amor se hizo para que andemos sobre la tierra celebrando el prodigio de la Creación.
Nacimos como peces con vocación de infinito. Nos aprendimos de memoria los secretos del mar y salimos a reptar por el mundo sorteando los laberintos del futuro, a veces pródigo, a veces mezquino, hasta convertirnos en primates sentimentales, demasiado humanos, porque supimos lo que es volverse uno en el otro. “Uno in due, due in uno”, dijo un poeta italiano para explicar lo mismo. Después nos bebimos la atmósfera vueltos pájaros por la misma sed. Tanto, que, hasta las piedras aprendieron a temblar, cuando nos vieron volando por el mundo que dejamos al convertirnos en habitantes del cielo.
Enrique Hidalgo, que es un hombre bueno, “en el buen sentido de la palabra bueno” (como lo quería el poeta Antonio Machado), tuvo compasión de las piedras y se las trajo vueltas volcán para que no murieran de soledad a la vera del camino. ¿Piedras?, sí, las fundacionales, las primeras, las de nuestro idioma español que reverbera en cada palabra que Enrique Hidalgo deja caer como lluvia en sus canciones, las que nos vienen desde las intimidades de la lengua cuando nombramos el más alto de los sentimientos, que, a veces, por desmesurado, casi no nos cabe en la piel, como dijo otro español antiguo: “Amor, amor, un hábito vestí, el cual de vuestro paño fue cortado, ancho fue, más apretado y angosto cuando estuvo sobre mí”.
Para botón basta la muestra de un verso cancionero de Enrique. Claro, teniendo en cuenta que el amor comienza por la tierra y sus frutos dóciles y rebeldes a la vez, obedientes y reacios a la ley natural de todo lo que se mueve para afirmarse como una obra de Dios. Como el frailejón andino, que es flor de páramo y simiente del éxtasis absoluto, vuelto fraile que aspira redimir a sus semejantes por el solo cumplimiento de su deber vegetal.
Bajo el frío paramero
como un girasol de nieve
el frailejón ya se mueve
al son de un viento ligero
El ave que ayer voló
presagiando tu partida,
era gaviota perdida,
como perdido es tu amor
Sí, el amor duele cuando se pierde y nunca se sabe cuántas razones hay para tanta delgadez de la fortuna. Pero Enrique, porque se pone la piel de los otros o, porque previene a los demás del dolor absoluto cuando llega la soledad, o, porque le da la gana, sufre en sí mismo la cruz del abandono para que quedemos indemnes de cualquier tropiezo que tenga nuestro corazón y nos propone un santo y seña sencillo y complicado como las flores.
Aquella cierta sonrisa
que me diste al pasar,
me enredó como el ojal
al botón de la camisa
Sea como sea, las canciones de Enrique Hidalgo nos ayudan a ser mejores seres humanos porque le apuestan al amor absoluto, que siempre nos llega a tiempo.
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