Thursday, September 8, 2011

Los luchadores por la libertad

Por: Víctor Maldonado C.

Un sistema opresor no puede ser reformado
Mandela

La frase no concluye allí. Todavía es más retador el corolario: ¡Tiene que ser abandonado! Muchos se sentirán defraudados porque todavía piensan que a estas alturas del proceso puede haber alguna esperanza de reorganizar el status quo revolucionario para que todos quepamos. Pero los que así piensan no pueden estar más equivocados.  La opresión de la que hablamos se ha convertido en una maquinaria política que ha colonizado todos los poderes públicos para garantizar que una minoría excluya al resto de cualquier forma de ciudadanía. Ser ciudadanos es tener garantizados la dignidad y el respeto. Supone la consulta y la consideración por las opiniones y los puntos de vista diversos, y por supuesto, un apego irrestricto al marco constitucional.

La opresión es lo contrario a la libertad. Y por más vueltas que le demos, la libertad es sobre todas las cosas el reconocimiento a nuestra propia dignidad. Pero vale la pena insistir que no hay otra condición al ser digno que ser libres para hablar, tener, intentar vivir de la mejor manera posible, realizar nuestras convicciones y disfrutar de garantías y derechos.  Nos sentimos oprimidos porque no hay garantía que se respete, ni miramiento alguno que se observe. Si no podemos hablar sin contar con el miedo a algún tipo de retaliación, si no podemos tener bienes porque el derecho de propiedad ha sido vulgarmente confiscado, si no contamos con la seguridad ciudadana que nos permita un transcurrir sin temores. Si no podemos siquiera pensar en tener una designación pública porque hay una condición indigna de apoyo irrestricto al líder del proceso que tiene prelación sobre cualquier consideración en relación con la capacidad y el talento. Si se mantiene una política de inhabilitaciones y de cárcel para los que resultan incómodos al régimen. Si nada de eso nos lo quiere garantizar el gobierno, entonces no hay ninguna otra posición razonable que la exigencia constante para que se deponga la opresión y se sustituya por un régimen más justo. No hay puntos intermedios. No es posible.

Nelson Mandela tenía razón cuando decía que “un luchador por la libertad aprende, por el camino más duro, que es el opresor el que define la naturaleza de la lucha. Con frecuencia, al oprimido no le queda más recurso que emplear métodos que reflejan los empleados por su contrincante…” No hay espacios para las ilusiones. No es el caso de sentarse a esperar a que transcurra el tiempo hasta la fecha de las elecciones, o que Dios se encargue de acelerar los trámites de la justicia divina. A un régimen opresivo hay que encararlo con fuerza, unidad de propósitos, legitimidad social, liderazgo firme y un programa alternativo que signifique una mejora colectiva y no un retruque hacia otras formas de opresión. Y sentido de realidad suficiente como para evitar la tentación del populismo y la arrogancia de los que ahora creen que son otros los que deben dar la cara. No es un trámite administrativo que pueda decantarse desde la lógica burocrática. Hace falta líder, mensaje, organización y calle. No podremos hacerlo desde la tranquilidad de nuestros hogares y sin pagar el costo que significa garantizarnos la libertad que ahora nos están negando.

Mandela nunca dejó de llamarse un luchador por la libertad desde que se dio cuenta que carecía de todos los atributos de un hombre digno. Toda su vida se tradujo a un camino siempre inconcluso hacia la libertad como condición para todos sus compatriotas, pero que nunca dejó de transitar, a pesar de la dureza, y teniendo que administrar todas las opciones que estaban a su alcance, desde la resistencia pacífica hasta la lucha armada. Eso sí, con criterio y mucha firmeza moral.  ¿Estamos dispuestos nosotros a hacer lo mismo? A veces pienso que todavía no cobramos conciencia de la magnitud del peligro. Toleramos una tiranía extravagante, insólita e incapaz, a la que financiamos su política económica y discutimos sus resultados estadísticos. Soportamos con estoicismo nihilista una forma de hacer política ordinaria y vulgar que nos administra la información, los recursos, y está en proceso de disponer de nuestras vidas sin que nosotros seamos capaces de reaccionar en términos de participación activa, solidaridad persistente, conducción política y organización congruente y legítima. Mientras cada uno se considere un héroe solitario (o el genio que tiene la mejor idea, la mejor estrategia, el mejor programa y la mejor forma de hacer las cosas) y no un combatiente entre muchos que disciplinadamente aportan su grano de arena,  seguiremos dando traspiés pensando en que somos nosotros titiriteros cuando en realidad somos los títeres.



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