Por Rodolfo González Almaguer
Confieso que cuando supe el argumento de Otra Vez Adiós, la más reciente novela de Carlos Alberto Montaner, recordé de inmediato al veterano periodista Salvador Romaní. Al igual que David Benda, el protagonista del mencionado libro, Romaní se ha visto obligado a decir adiós repetidamente a países que ama, y dejar atrás seres queridos, proyectos importantes, y muchísimas nostalgias. Y todo por culpa de sátrapas y totalitarismos.
Conocí a Salvador Romaní en Caracas, la noche del 13 de abril de 1992, y en casa de una de las mujeres cubanas más extraordinarias de su generación:Elena Gispert. Salvador acudió por reclamo de Elena, quien ya conocía mi intención de pedir asilo político en Venezuela. Según ella, la gestiones de Salvador podían hacer más expeditos los trámites y además era la persona ideal para difundir en los medios de comunicación los detalles de mi caso.
Para ese entonces tanto Elena Gispert como Salvador Romaní constituían personajes de leyenda en Venezuela. Desde principios de los años 60 ambos habían librado infinitas batallas contra el castrismo y sus aliados locales. Lo hicieron además en medio de condiciones extremadamente adversas porque en Venezuela abundaban “tontos útiles” y los incondicionales de las dictaduras comunistas.
Carismático, con los testículos bien puestos, y periodista de raza, Salvador Romaní fue siempre una piedra en el zapato para los enemigos de la libertad en Venezuela. Un auténtico dolor de cabeza para los izquierdistas caraqueños. Me consta el odio que le profesaban a Romaní. Pero con él jamás podían. Nunca lo lograron. Salvador los fumigaba una y otra vez con un sencillo pero muy letal insecticida:no se andaba con “arepas” tibias ni eufemismos de salón a la hora de defender la causa de la libertad y la dignidad de los cubanos.
Una de las anécdotas sobre Salvador Romaní que retrata muy bien ese espontáneo y simpático estilo de defender la libertad tuvo como escenario al aeropuerto de Maiquetía. El incidente ocurrió también a principios de los años 90 del pasado siglo y fue muy difundido por los diarios venezolanos.
Cuentan que, por esas casualidades de la vida, Romaní y el embajador del régimen castrista en Venezuela llegaron a encontrarse frente a frente en uno de los pasillos más concurridos de la terminal área. El funcionario de Castro, un hombre alto y corpulento, quedó sin embargo casi petrificado de terror cuando reconoció a Romaní. Este último siguió avanzando impertérrito y cuando estaba a pocos metros del embajador, ante el asombro de todos, le gritó con fuerza al correvedile de La Habana: “¡Usted es una verguenza, señor ! ¡ Usted es el embajador de una tiranía, y además, para colmo, el embajador de la miseria y el hambre!”.
Acto seguido Romaní se abalanzó sobre el diplomático y casi estuvo a punto de golpearle el rostro. El asunto no pasó a más por la oportuna intervención de los presentes que, si bien estupefactos por lo que veían, reaccionaron a tiempo e impidieron la trifulca.
Por estos días alguien me comentó que Romaní aspiraba a convertirse en el nuevo presidente de los periodistas cubanos. Ojalá que lo consiga. Será un lujo para el gremio contar con un timonel de su calibre y sin duda también serviría como un homenaje. El muy merecido homenaje que hace años los cubanos amantes de la libertad le debemos a Salvador Romaní.
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