Antonio A. Herrera-Vaillant
Cuba siempre va a lo suyo. El cínico ojo de Fidel tomó la entera medida del finado desde un primer día. Cuando Isa Dobles le increpó a fin de 2000 por dejarse manosear del discípulo de Ceresole y admirador de Pérez Jiménez, Castro socarronamente aclaró: "Isa, yo por Cuba hago cualquier cosa".
Años después al anciano megalómano le divertía un benefactor que reía, creía y repetía sus chocheras; é incluso lo llamó "el venezolano más inteligente que he conocido" - obviamente por la filial adoración que recibía del joven mecenas. No dejó nada para los demás venezolanos.
Pero para los octogenarios monarcas cubanos el "oxígeno" petrolero llegó tarde. Han fracasado en todo, salvo en la dudosa hazaña de sobrevivir con transfusiones externas. Hoy solo les queda morir mandando.
Tras los Castro hay una corte más joven y altamente profesionalizada que caló perfectamente - y desprecia profundamente - el amoral y patético entorno del occiso.
Conocen las veces que un oportuno consejo cubano compuso una barrabasada chavista, y saben mejor que nadie que de boca de Nicolás apenas brota un barato y adolescente "teque-teque", aprendido al caletre en pasantías por Cuba y correrías de manganzón caraqueño.
El difunto jamás puso un Vice que le diese por los talones, mandó más que un dinamo, y la gavilla entera le bajaba la cabeza. A Nicolás, en cambio, quizás - a lo mejor - y a veces - se le cuadrará su mujer. Todo esto se sabe en Cuba, como también lo presiente el pueblo venezolano.
El "socialismo del siglo XXI"" es un precario circo montado en dos frágiles tablas - el "lumpen" subsidiado y las fuerzas armadas (por ahora) acomodadas - que flotan sobre un volátil mar de combustible.
Raúl hoy brinda inteligencia a un descabezado atajo de malandros para llegar al día 14. Pero de imponerse Nicolás, el único aporte viable de Castro sería la represión - y como dijo Antonio Guzmán Blanco, "Venezuela es como un cuero seco, si lo pisas por un lado, por el otro se levanta."
Para implantar aquí una férula efectiva Raúl tendrá que arriesgar directamente a su propio personal, con todos los peligros y desgastes que esto implica.
En las dos orillas del Caribe crece la certeza que Nicolás no tiene autoridad, encarna un caos impredecible y arrastrará consigo ambos regímenes. Mirando más allá saben que la transición moderada, amplia y tolerante de Venezuela es mejor para que los mismos cubanos luego salgan, decentemente, de su propio atolladero.
Cuba - más allá de su momificado rostro externo - por dentro tiene vida, piensa, y apuesta a Henrique Capriles Radonski.
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