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El mundo sufre una pandemia de obesidad. 500 científicos de 50 naciones han publicado un informe (The Global Burden of Disease) donde explican que, entre 1990 y 2010, la obesidad aumentó un 82% (en los países de Oriente Próximo el incremento fue del 100%). “Descubrimos que niños que antes morían por infecciones ahora se salvan gracias a las vacunas, pero hoy el mundo es más obeso y los niños están sufriendo las consecuencias”, afirma Ali Mokdad, uno de los autores del estudio. Y no son solo los niños.
Actualmente, la humanidad vive, en promedio, más que en 1990 (los hombres, 10,7 años más, y las mujeres, 12,6). Pero según este estudio, los últimos 14 años de vida se ven severamente afectados por enfermedades y dolores, muchos de los cuales se derivan de la gordura. Hoy, en Estados Unidos, uno de cada tres adultos y uno de cada cinco niños son clínicamente obesos. Las empresas que contribuyen a que vivamos en el mundo más gordo de la historia argumentan que el sobrepeso no es resultado de lo que comemos, sino de diversos factores. “La televisión, los videojuegos o la urbanización tienen más que ver con la obesidad que la ingesta de nuestros productos”, dicen.
En el siglo pasado —y durante décadas— las tabacaleras lograron impedir que se vinculara el cáncer con fumar. El director científico del Comité de Investigaciones de la Industria del Tabaco (CIIT) escribió en 1957 que “el problema de la causalidad de cualquier tipo de cáncer es complejo y difícil de analizar... A pesar de toda la atención puesta en la acusación de que fumar produce cáncer de pulmón, nadie ha establecido que el humo del cigarrillo o alguno de sus componentes cause cáncer en el hombre”. Hoy sabemos que esta afirmación es falsa. Y que en 1957 las empresas del tabaco lo sabían.
Según Michael Mudd, un ex vicepresidente de Kraft, las compañías de alimentos y bebidas están haciendo lo mismo. Mudd afirma que si bien los culpables del incremento de la obesidad son muchos, ninguno lo es tanto como esas empresas. No se limitan a satisfacer la demanda de los consumidores, dice Mudd, sino que hacen enormes y muy efectivos esfuerzos para aumentar la frecuencia con la que comemos y las cantidades que ingerimos. Y además alerta: “De la misma manera que el lobby de las armas en EEUU señala a las enfermedades mentales y los videojuegos violentos para así distraer del peligro que implican las armas de fuego, la industria alimentaria denuncia la vida sedentaria y la televisión como causa de la obesidad. No debemos caer en esa trampa”.
De la misma manera que algunos gobiernos regularon, finalmente, el consumo de cigarrillos, empujando a las tabacaleras a buscar su lucro en los mercados menos regulados de Asia y otras regiones, es posible que tarde o temprano suceda lo mismo con las empresas cuyas ganancias dependen de la venta de productos saturados de azúcar y grasas.
Algo parecido, pero aún más complejo, está pasando con las empresas que vía Internet nos seducen con atractivos productos —contenidos, “soluciones”, búsquedas o “comunidades”— por los que no tenemos que pagar nada. Nada, excepto permitirles saber quiénes somos, dónde estamos, qué hacemos, qué nos gusta o interesa y quiénes son nuestros amigos.
Algunas veces nos “solicitan permiso” para captar nuestra información y nos piden que aceptemos ciertas condiciones (¿conoce usted a alguien que lea los largos textos en letra pequeña con las condiciones de la compañía, antes de aceptarlas?). En todo caso, también nos monitorean sin permiso.
Naturalmente, esa información es muy valiosa para empresas y otras organizaciones que nos quieren vender un producto, una idea, una conducta o un candidato. Los avances tecnológicos permiten recabar cada vez más datos sobre nosotros a través de la telefonía móvil, sensores remotos, cámaras de seguridad, reconocimiento facial, etc. Y gracias a Big Data, las nuevas técnicas para extraer información útil de enormes volúmenes de datos, la masa amorfa de información --“el ruido” -- ahora se puede convertir, cada vez más, en dinero.
Tendremos que hacer algo para contener las fuerzas que están pulverizando las barreras que nos protegen de la obesidad y las que aún nos permiten gozar de cierta privacidad.
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