Abel Ibarra
El presidente Kennedy decía que la victoria tiene mil padres y la derrota es huérfana. Rudyard Kipling, en su poema “Si”, del si condicional, nombraba ambas como “esos dos impostores”. ¿Por qué? Sencillamente porque toda victoria es efímera y toda derrota circunstancial, si se piensa que la vida continúa siempre tras un nuevo desafío. No es optimismo ciego. En estos momentos de sequía emocional por los sucesos electorales del 7 de octubre (que no resultan un descalabro), también se me viene a la memoria Winston Churchill, quien afirmó, palabras más, palabras menos, que el fracaso no es más que un paso en el camino hacia la victoria. Churchill sólo le ofreció a su país sangre, sudor y lágrimas, en un momento duro como el pan de ayer.
No es fácil acercarse al tino de ese dream team de las frases célebres, pero aventuramos una que podría bordear lo que nos ocurrió a los venezolanos del exilio: perdimos y ganamos pero no lograron humillarnos. Perdimos unas elecciones ante el abuso, el ventajismo y la vesanía de un gobierno que nos cerró el consulado de Miami intentando doblarnos las rodillas, como ellos lo harán cuando les toque el turno del fracaso. Ganamos porque, a trancas y barrancas, y, gracias al esfuerzo, la convicción y el denuedo de los integrantes de la Mesa de la Unidad Democrática, se logró trasladar a New Orleans, a 1.400 kilómetros, a casi nueve mil personas de alma, carne y hueso, incluidas las ciento veinticinco disminuidas por la edad y los impedimentos físicos, a quienes el cónsul del odio no les permitió votar.
No es fácil acercarse al tino de ese dream team de las frases célebres, pero aventuramos una que podría bordear lo que nos ocurrió a los venezolanos del exilio: perdimos y ganamos pero no lograron humillarnos. Perdimos unas elecciones ante el abuso, el ventajismo y la vesanía de un gobierno que nos cerró el consulado de Miami intentando doblarnos las rodillas, como ellos lo harán cuando les toque el turno del fracaso. Ganamos porque, a trancas y barrancas, y, gracias al esfuerzo, la convicción y el denuedo de los integrantes de la Mesa de la Unidad Democrática, se logró trasladar a New Orleans, a 1.400 kilómetros, a casi nueve mil personas de alma, carne y hueso, incluidas las ciento veinticinco disminuidas por la edad y los impedimentos físicos, a quienes el cónsul del odio no les permitió votar.
Entonces nombremos a los padres colectivos de esa victoria que no nos podrán arrebatar porque, como dijo Luis Prieto Oliveira en la misa que celebramos para agradecer el aliento de Dios y el amor de todo lo que suene a María, “el camino lo llevamos en la planta de los pies”. Uno, el cuerpo unitario tuvo cabeza, esta vez, dos, como el Jano bifronte que mira al pasado y al futuro: Pedro Mena, Secretario Ejecutivo de la Mesa de la Unidad Democrática, quien a veces se emociona y el discurso de le pasa de largo quizá porque es largo el camino. Alexis Ortiz, terco y obstinado porque las ideas se le vuelven proyecto en un tris de su impaciencia. Ambos, con experiencia política, siempre denostada por quienes se aprovechan de ella para sus fines mezquinos, pero imprescindible para cumplir nuestros sueños.
Dos, el esfuerzo plural donde un anónimo hasta el momento crucial, Juan Carlos Sánchez, destacó por su bonhomía y sus gónadas que van donde deben ir. Lorenzo Di Stefano, de los pocos empresarios que tienen cara conocida y generosa. Yolanda Medina, voz de todos y para todos. Catherine Lynch, dirigente de emergencia que capeó varios temporales. Luis Cedeño, petrolero transmutado en gerente de la amistad y cronista emocional. Alfredo Varela, discreto, efectivo y terco. El general Eduardo Báez y el coronel Wilfredo Escala, centinelas de este viaje infinito. La familia Pardo Bello, como Fuenteovejuna, todos a una. Rosa Ustáriz, amiga con todo lo que lleva una rosa. Arlene García, pura risa y corazón abierto. Manny Camargo, charla y entusiasmo estridente. Raúl López Pérez, paciencia y sabiduría. Nidia Villegas, Gisela Parra, Beatriz Olavarría, Dahyana Villavicencio, Tomás Romero, Pedro Mendoza, Marianna Novellino, Gloria Mora, Tony Indriago (con su otra mitad), Aldrín Gil, Morella Aguerrevere, todos, sin necesidad de adjetivos, porque se hace camino al andar. Más Marianella Casanova, llegada reciente y amorosamente. Y no digo mi nombre para no cansarme de mí mismo.
A los otros que escondieron su grano de arena los llamamos para que recorramos juntos este desierto que nos toca en momento amargo. A los nuestros, los de “lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”, y, a todos los anónimos que vaciaron sus alcancías para llegar solos hasta New Orleans, unas palabras del mismo Rudyard Kipling: “Si puedes mantener tu cabeza cuando en derredor todos la pierden, tuya será la tierra. Y lo que vale más, serás un hombre hijo mío”.
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