Wednesday, December 28, 2011

Un amor que se va, ¿cuántos se han ido?

Un amor que se va, ¿cuántos se han ido?
Abel Ibarra

              A este año 2001 que se marcha con su incertidumbre y sus vaivenes, provoca despedirlo, como a novia maluca, con un terceto del poeta venezolano Andrés Mata: “¿Un amor que se va... ¡Cuántos se han ido!? Otro amor volverá, más duradero, y menos doloroso que el olvido”.
              Se va este año con el perfil del Jano bifronte, aquel dios romano que con sus dos caras señalaba las puertas del pasado y del futuro, para dar paso a Enero, mes que cambió su ropaje latino de Ianuarius a Janero, pero que suena más bonito en el Janeiro del Brasil, con susurro de “Olha que coisa mais linda, mais cheia de graça”, anunciando un 2012 que promete nuevos resplandores.
              Comienza el parpadeo de buenas noticias porque los estudiosos serios señalan que Hugo Chávez, ese Midas invertido que transformó a Venezuela en un despojo, está muy mal en los sondeos de opinión y que su populismo, basado en el uso dispendioso de dinero para comprar voluntades, “no le ha funcionado tanto como en el pasado. El chavismo ya no es fervoroso como antes, hoy es meramente un cálculo".
              Señala también el especialista Alfredo Keller, a pesar de los agoreros, de los golpistas de Internet, de los saboteadores de oficio, de los que imitan al anarquista español cuando dice, díganme de qué están discutiendo para yo ponerme en contra, “que sí existe un efecto en la sociedad del mensaje opositor y que por más que el presidente Chávez quiera minimizarlo la realidad se impone”.
              Lincoln Díaz Balart, ex congresista de Estados Unidos en la fiesta de fin de año de la Mesa de la Unidad Democrática de Miami, que “el trabajo serio de los venezolanos de buena voluntad está marcando la pauta en América Latina, porque después que derroten a Chávez vendrá el efecto multiplicador en el resto del continente, comenzando por Cuba, que, a pesar de la represión, no ha logrado silenciar la brava oposición de las Damas de Blanco”.
              La profecía funciona: las tímidas reformas anunciadas por Raúl Castro son el signo de las grietas que muestra el régimen comunista de la Habana; en Bolivia, Evo Morales, ese cocalero impostor que puso la economía colombiana a pender del hilo alucinógeno del narcotráfico, ha perdido el grueso del apoyo popular al descender del 70% al 35% en las mediciones de opinión.
              En Ecuador, Rafael Correa se ve obligado a sentarse en la mesa democrática junto a Juan Manuel Santos, el presidente de Colombia, dejando al descubierto sus relaciones con los narcoterroristas de las FARC y, en Nicaragua, Daniel Ortega ni se entera de lo que pasa, aturdido en sopor etílico y su pederastia.
              Pero hay un ejemplo que brilla como estrella solitaria en el mapa del desconsuelo. Brasil acaba de ser nombrada la sexta economía del mundo, gracias a la sensatez de Dilma Rousseff, quien, a medida que trata de deslastrarse del aparato de corrupción que le dejara Lula, ha tenido la visión de continuar las políticas de progreso y desarrollo que iniciara Fernando Henrique Cardoso en el pasado.
              La democracia volverá al continente “cual torna la cigüeña al campanario” y, mientras tanto, despedimos este 2001 que fenece con unos versos de nuestro Andrés Eloy Blanco: “No sé si me olvidarás, ni si es amor este miedo, yo sólo sé que te vas, yo sólo sé que me quedo”.
Vale
             

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