A Chávez se le voltea el santo
alexisortiz@elpolitico.com
Es todavía un hueso duro pero va cuesta abajo en su rodada
En su terror de infinito y su miedo a perder el poder, el presidente saliente de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías, se entregó a los ritos de vudú, macumba y santería. Pero ahora resulta que el santo se le puso de espaldas.
Los actos públicos de Chávez, a pesar del multimillonario gasto para las movilizaciones ( y de la presión a los funcionarios del estado para que asistan a los mismos), son cada vez más escuálidos y aburridos.
Su discurso, otrora ingenioso y virulento, se trocó de súbito lánguido y repetitivo. Ahora hasta para insultar ha perdido garra. Luce más espantapájaros que caudillo arrollador.
Esa capacidad de salirse de la suerte con lances de astucia, con viveza criolla, lo abandonó, por ejemplo, el domingo pasado cuando los obreros de la zona del hierro y el acero venezolana, lo abuchearon largamente frente a las cámaras de la televisión oficialista.
Si, los obreros, esa clase partera de la historia y vanguardia de la revolución, como lo proclamaban Marx, su carnal Engel y Lenín, ya no cree en Chávez. Lo pitan y desafían con descaro, al igual que los estudiantes y las amas de casa.
Mientras Chávez se desespera, obliga a militares a romper la propaganda electoral de la oposición democrática, no se atreve a caminar los barrios populares por temor al rechazo e insulta a los obreros gritándoles que son unos peseteros, unos privilegiados que quieren vivir como ricos, Henrique Capriles Radonski recorre el país al calor de multitudes cada vez más entusiastas con la posibilidad del cambio.
Chávez es todavía un hueso duro, tiene miles de millones de dólares para el soborno social, la compra de votos; cuenta con un latifundio mediático; una capacidad amplia de represión, de siembra de miedo, pero ya es el saliente, ya va como en el tango: cuesta abajo en su rodada.
alexisortiz@elpolitico.com
Es todavía un hueso duro pero va cuesta abajo en su rodada
En su terror de infinito y su miedo a perder el poder, el presidente saliente de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías, se entregó a los ritos de vudú, macumba y santería. Pero ahora resulta que el santo se le puso de espaldas.
Los actos públicos de Chávez, a pesar del multimillonario gasto para las movilizaciones ( y de la presión a los funcionarios del estado para que asistan a los mismos), son cada vez más escuálidos y aburridos.
Su discurso, otrora ingenioso y virulento, se trocó de súbito lánguido y repetitivo. Ahora hasta para insultar ha perdido garra. Luce más espantapájaros que caudillo arrollador.
Esa capacidad de salirse de la suerte con lances de astucia, con viveza criolla, lo abandonó, por ejemplo, el domingo pasado cuando los obreros de la zona del hierro y el acero venezolana, lo abuchearon largamente frente a las cámaras de la televisión oficialista.
Si, los obreros, esa clase partera de la historia y vanguardia de la revolución, como lo proclamaban Marx, su carnal Engel y Lenín, ya no cree en Chávez. Lo pitan y desafían con descaro, al igual que los estudiantes y las amas de casa.
Mientras Chávez se desespera, obliga a militares a romper la propaganda electoral de la oposición democrática, no se atreve a caminar los barrios populares por temor al rechazo e insulta a los obreros gritándoles que son unos peseteros, unos privilegiados que quieren vivir como ricos, Henrique Capriles Radonski recorre el país al calor de multitudes cada vez más entusiastas con la posibilidad del cambio.
Chávez es todavía un hueso duro, tiene miles de millones de dólares para el soborno social, la compra de votos; cuenta con un latifundio mediático; una capacidad amplia de represión, de siembra de miedo, pero ya es el saliente, ya va como en el tango: cuesta abajo en su rodada.
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