Es de todos conocido que el país está dividido en forma muy polarizada en dos grandes grupos: los que de un lado apoyan los esfuerzos izquierdistas de redistribución de la riqueza mediante los impuestos para la intervención gubernamental y los que del otro lado se oponen resueltamente a ese procedimiento y prefieren fomentar la riqueza, y recibir ayuda social solo a los casos imprescindibles.
Desde el punto de vista político ambos puntos de vista tienen defensores y detractores, muchos de los cuáles fomentan la búsqueda de adeptos por los métodos tradicionales de exagerar u ocultar las verdades, según les convenga, o de asustar a los electores con amenazas de “armagedones” sociales si votan por sus contrarios. La verdad es muchas veces vapuleada, manipulada y expresada tan eufemísticamente que resulta irreconocible.
La política tiene una influencia devastadora en la economía ya que puede favorecer o impedir su desarrollo y si todos reconocemos la absoluta necesidad de que la economía resulte favorecida para mejorar continuamente el nivel de vida y su calidad, pues no debiera existir mejor juez para evaluar la política que sus resultados económicos.
Lamentablemente los resultados de la política en la economía no son visibles con la inmediatez que impida equivocarnos y solamente se puede apreciar y medir la equivocación hasta que muchas veces las consecuencias son devastadoras y requerirán ingentes esfuerzos y largos plazos para retomar el camino correcto.
Para tratar de alejarnos de la pasión que caracteriza la acostumbrada defensa a ultranza de lo que de antemano estamos convencidos que es “la verdad”, hay los elementos ilustrativos: las estadísticas y las matemáticas, que recogen y sintetizan de la manera más objetiva los resultados y las tendencias de las políticas anteriores.
El elemento más obvio: la riqueza de la clase media, que es la mayoritaria de la nación. Esa riqueza está medida primariamente por el activo social por excelencia, el valor de su propiedad. Ese valor condiciona el aporte a las arcas de los gobiernos locales a través del impuesto a la propiedad, que definirá la capacidad de esos gobiernos para ofertarnos la calidad de vida más inmediata: la seguridad pública, el saneamiento, la educación, los servicios. La estadística nos muestra una “tijera” o tendencia contraria, muy desfavorable para la clase media, la propietaria de la masa fundamental de viviendas, las cuáles constituyen su riqueza básica.
El colapso del precio de las viviendas borró las riquezas de las familias en el 2007-2010 mientras que las localidades aumentaron los impuestos para mantener el “statu quo” de los servidores públicos en salarios, beneficios, etc., lo que a su vez ha mantenido deprimidos los precios de las viviendas. La riqueza familiar, expresada en el llamado “equity” o valor neto de su propiedad pues ha sido víctima de esa “tijera”, con este aplastante resultado: Un 40 % de disminución de su riqueza de la clase media de la nación.
Estos datos son de la Reserva Federal y explican muy elocuentemente el enorme volumen de la caída en la capacidad de gastar o invertir de las familias. Desde el depósito para un carro nuevo hasta las vacaciones, era un método clásico el obtener dinero, sacarlo del “equity”. Ahora deben más por la propiedad que el valor que tiene y eso explica el valor negativo acumulado del 40%.
Un segundo elemento estadístico: la tasa de cambio en el número de corporaciones declarando impuestos. Ello refleja el verdadero y transparente movimiento de los negocios funcionando. En la década de los 80 había un 5% anual de incremento de esos pequeños negocios, cuando el Presidente Reagan cortó la tasa de impuestos del 70% al 40% lo que significó un auge insospechado en los nuevos negocios, que se repitió a principios de los 2000 con similar medida del Presidente Bush. ¿De dónde venía el capital? Pues mayoritariamente del “equity”, que se duplicó después de los 80 y otra vez creció en el primer período de los 2000.
Esa debacle económica no solo explica las enormes dificultades de la gente sino del propio Estado que ha hecho otra “tijera” para sí mismo, disminuyendo sus ingresos y aumentando exponencialmente sus gastos, dando paso a la mayor tasa de crecimiento de la deuda de la historia.
Esta matemática explica la base social fundamental de cada partido y nos dice que es insostenible tener que pedir un dólar prestado por cada tres que gasta el gobierno. Esa matemática es muy clara para los que no están ciegos para verla por pertenecer a alguno de los dos partidos. Continuar por el camino actual es camino a una debacle. No importa la simpatía personal que se sienta por cada tipo de política, por cada candidato o que se pertenezca a los que cobran o a los que pagan. Por ese camino no habrá dinero para pagar ni para cobrar.
No es la política, es la matemática la que pide a gritos por quién votar…
*Dr Fernando Dominguez
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