Abel Ibarra
No es cierto que la música académica tenga que ser antiséptica como quieren los pontífices del “arte por el arte”. Eso lo acaba demostrar, como tantos otros, Gabriela Montero, pianista venezolana de excepción, con una obra musical de dramática complejidad sinfónica con la que deja constancia de su confrontación con el régimen que hundió a Venezuela en un pozo de podredumbre y su desacato al caudillo cruel y obcecado que le birló el país. “Ex Patria”, obra para piano y orquesta en la que Gabriela ejecuta el instrumento mayor con virtuosismo y finura (pero pulsando las notas destempladas de un pentagrama de angustia), es una señal de protesta contra este tiempo signado por la mezquindad y el atropello, en el que mucho músico notable se ha prestado para hacerle coro a la barbarie.
Gabriela fue conocida mundialmente cuando participó junto al cellista Yo-Yo Ma, el violinista Itzhak Perlman y el clarinetista Anthony McGill (no es poca cosa), en un concierto para celebrar la toma de posesión del presidente Barack Obama, en la que interpretaron una pieza de John Williams. Pero no es este hecho lo que la distingue, si Gabriela fue invitada a ese trascendente evento al aire libre fue porque su talento musical como compositora y concertista la habían colocado entre las mejores pianistas del mundo. Esa vez tuvo que utilizar guantes para que no le congelaran las manos, pero sus dedos sobresalieron entre la lana recortada poniéndole todo su calor al agreste invierno.
Los conciertos de Gabriela Montero viajan a la velocidad de la luz en Internet y cualquiera puede ver su estilo desenfadado, irreverente, pero no exento de elegancia y finura, mientras interpreta conocidas obras de los grandes de siempre. Y, también, cuando a solicitud suya, alguien del público le tararea algún aire de nostalgia personal y Gabriela llena los auditorios con impromptus de alta factura académica, pero llenos del encanto y la frescura que les imprime su espíritu libertario. Gabriela es un ser de la misma estirpe de otros que en su momento no sólo se dedicaron a crear belleza con la punta de sus batutas, sino que le metieron el pecho a la vida peleando por su emancipación.
Giuseppe Verdi es conocido como el músico italiano por excelencia debido el alto logro estético de obras como Rigoletto, Il Trovatore, La Traviata, Otello, Aída, que aún llenan de notas los escenarios del mundo. Pero el verso “Vuela, pensamiento, sobre alas doradas”, de su ópera Nabuco, compuesta para destacar la crueldad del rey babilonio Nabucodonosor contra los judíos, se convirtió en el símbolo de su propia lucha junto a Garibaldi por la unificación de Italia y contra la ocupación austríaca de su país. Para Verdi la política y la vida eran una sola cosa digna de ser celebrada con la música que nace de lo cotidiano, aunque tenga al cielo por testigo.
“Ex Patria”, de Gabriela Montero, es un grito primario contra el llano en llamas en que nos convirtieron el país y, también, contra músicos que viven traficando con su fama, como el buitre que vuela con elegancia echándosela de pájaro, hasta que vuelve a su condición de carroña entre despojos.
Pero no es asunto nuevo. La anécdota narra que cuando Gabriela tenía siete meses de nacida ya mostraba sus arrestos de niña malcriada y, para aplacarle el carácter, su mamá le metió un piano de juguete en el corral. Pues bien, a los pocos días la encontraron tocando las notas del himno nacional con el mismo “Gloria al bravo pueblo” que sacará a Venezuela de la postración y el degredo. Amén.
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