Saturday, December 1, 2012

Un mito persistente



ARMANDO GONZALEZ
El Herald
 
Sería impropio de los representativos de esta nación el reunirse por primera vez en este templo solemne sin elevar los ojos al Soberano Supremo del universo e implorar su bendición. Aquí, y a través de nuestro país, pidamos que simples hábitos, moral pura y verdadera religión florezcan por siempre. Presidente John Adams, 1798 Sin Dios, no podría haber forma alguna de gobierno ni forma americana de vida. El reconocimiento de un ser supremo es la primera y más básica expresión de americanismo. Presidente D.D. Eisenhower, 1954
 
En la era moderna, con el vasto volumen de información disponible y el avance incontenible de las comunicaciones, es difícil que un mito dure mucho. Las excepciones son producto de un simple factor: a alguien le conviene que se perpetúe el mito.
 
Uno que me viene a la mente, y sobre el que he escrito anteriormente, es el de que Fidel Castro, en su juventud, era un lanzador de béisbol prospecto de Grandes Ligas. Para los promotores del culto a la personalidad y aliados ideológicos del tirano de Cuba, este era un mito plantado por el aparato castrista en las mentes calenturientas de la prensa liberal que, como de costumbre, se tragó la carnada, el anzuelo y el cordel. Después de varios años y una desmentida internacional, ya nadie lo menciona.

El mito de hoy es el usado hasta el cansancio por la izquierda secular en Estados Unidos que dice que la república en que vivimos fue fundada, entre otras, sobre la base de la separación de la Iglesia y el Estado. Esto, por supuesto, es absurdo; no aparece ni en la Constitución, ni en la Carta de Derechos (Bill of Rights) ni en ningún otro documento constitutivo.
La Primera Enmienda a la Constitución establece que "el Congreso no establecerá una religión ni prohibirá el libre ejercicio religioso". El término moderno "separación de Iglesia y Estado" salió a la luz por primera vez en 1802 en una carta de Thomas Jefferson a un grupo bautista de Danbury, Connecticut.
 
Como gobernador de Virginia, Jefferson había ayudado a la Iglesia Bautista de Virginia a conseguir que el gobierno estatal suspendiera su ayuda financiera a la Iglesia Anglicana de Virginia. Los bautistas de Danbury, que constituían una pequeña minoría en Connecticut, estaban preocupados con la garantía de la Primera Enmienda en cuanto al "libre ejercicio religioso". Algunos creían que esta garantía sugería que el gobierno podría tratar de regular la expresión religiosa. Para aumentar su preocupación, su propio estado había designado a la Iglesia Congregacionalista como la Iglesia del Estado.
 
Como Jefferson ya era presidente de Estados Unidos, los bautistas de Danbury querían saber si podían continuar contando con su ayuda. Jefferson entendía la preocupación y, en una carta privada y personal, les aseguró que el gobierno federal nunca interferiría con el libre ejercicio religioso. Jefferson lo expresó así: "Creo, con ustedes, que la religión es algo entre el hombre y su Dios, que el hombre no tiene que rendir cuentas por su fe o su derecho de creer; que los poderes legítimos del gobierno pueden juzgar acciones pero no opiniones; yo contemplo con soberana reverencia ese acto de todo el pueblo americano que declara que su legislatura no emitirá leyes respecto al establecimiento de una religión o prohibiendo el libre ejercicio religioso, construyendo así una pared de separación entre la Iglesia y el Estado".
 
Con esta carta, Jefferson expresó su creencia que el gobierno no podía interferir con la libre expresión de creencias religiosas personales. Por lo tanto, la "pared" a la que se refirió no existiría para limitar expresiones religiosas de los ciudadanos, sino para impedir que el gobierno federal interfiriera con dichas expresiones.
 
La izquierda secular de hoy en Estados Unidos ha puesto de cabeza el pensamiento jeffersoniano y se está saliendo con la suya.
Las palabras de Jefferson permanecieron en discreto silencio por cerca de 150 años hasta que, en 1947, en la decisión Everson, el juez asociado de la Corte Suprema Hugo Black las resucitó y les dio un nuevo significado: "La Primera Enmienda ha erigido una pared entre la Iglesia y el Estado. La pared debe ser alta e impregnable. No podemos aprobar la menor ruptura".
Aunque varias decisiones subsiguientes de la Corte Suprema, así como expertos constitucionales, han puesto en tela de juicio la opinión del juez Black, los grupos liberales seculares la han usado como su estandarte de batalla y han contado con el apoyo de las cortes. Es irónico que el propio Jefferson predijo y advirtió este peligro: "Los jueces, siempre deseosos de extender su jurisdicción, tratarán de torcer y reformar la Constitución como un escultor da forma a una bola de cera". Esto es, exactamente, lo que ha sucedido.
 
Y el lamentable resultado lógico es la perpetuación de un mito sin base histórica convincente y que se basa en una jugarreta de la izquierda secular, usando como estandarte la infortunada expresión de un juez de la Corte Suprema que, aunque ampliamente refutada, sigue siendo mantenida a flote como la única arma de la izquierda secular contra la montaña de evidencia histórica que la desmiente.
 
Finalmente, me despido con otra cita presidencial:
Las bases fundamentales de las leyes de esta nación les fueron dadas a Moisés en la Montaña. Las bases fundamentales de nuestra Carta de Derechos vienen de esas enseñanzas. Si no tenemos el trasfondo moral, fundamental, apropiado, terminaremos como un gobierno totalitario que no cree en los derechos de nadie excepto los del Estado. Presidente Harry S. Truman, 1950

agonzalez@miamiherald.com

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