Abel Ibarra
Uno no sabe si Hollywood sigue el guión
escrito en los partidos políticos norteamericanos o si los partidos políticos
se han convertido en emulo de los criterios que privan en la premiación y
puesta en escena de la entrega del Oscar. Lo que sí es cierto es que ambos le
están haciendo un daño (espero que reparable) a la vida cotidiana de este país
que escogimos para vivir.
En el partido Republicano los precandidatos
de la justa electoral cambian de parlamento según sople el viento de las
encuestas y reescriben el libreto con el cual aspiran a capturar el favor de
los electores, con la misma fruición con la que un actor cambia de piel y
personaje según el drama que estipula la temporada teatral. Detrás del
entarimado, las directrices del Tea Party condicionan cada parlamento,
generalmente en contradicción con el crecimiento de un país que se ha nutrido,
a lo largo y ancho de su historia, con los inmigrantes que han pasado de ser
caracteres de reparto a protagonistas de la actualidad. El presentador del
evento, Billy Crystal, hace mofa de los republicanos con chistes sanforizados y
los espectadores celebran la charada en un festín bizarro.
Los Demócratas, por su parte, han
ampliado el trecho entre el dicho y el hecho de las promesas de la campaña
electoral pasada del presidente Obama, y lo han dejado solo en el mismo tema de
la espinosa política migratoria y en la propuesta acerca de la reforma del
sistema de salud. Después de todo el norte pareciera estar marcado por el lema
de “money makes de world go around”, que Liza Minelli canta en la película Cabaret para dejar claro que el dinero
hace girar al mundo. Total, que ambos partidos se han convertido en maquinarias
electorales en los que el esfuerzo se centra sólo en ganar votos sin debates
esclarecedores.
Y, en el mundo del espectáculo
propiamente tal, en la alfombra roja donde las celebridades levitan de placer
egótico, los actores se entregan al satiricón político que pasa de farsa a
tragedia cuando, por ejemplo, un payaso se disfraza de dictador musulmán muy
parecido a Gadafi, escoltado por sendas modelos de un atractivo devastador, para
esparcir las supuestas cenizas del finado Kim Jong-Il como si el desastre que
éste y su padre Kim Il Sung le causaran a Corea del Norte fuera sólo el
argumento de una comedia macabra.
Como guinda de la torta celebratoria, es
premiada La separación, un film de
factura iraní como mejor película extranjera, gesto que su director Asghar Farhadi agradeció
diciendo: "Ofrezco orgullosamente este premio a mi país, a un pueblo que
respeta todas las culturas y civilizaciones", como si la historia del país
donde Ahmadinejad gobierna a guisa y manera de sus antojos, no fuera la
requisitoria misma de los atropellos y el irrespeto a los derechos humanos, con
el convincente argumento del enriquecimiento de uranio y la amenaza de una
bomba nuclear.
Así, pareciéramos estar atrapados en una
comedia de las equivocaciones, complacidos en el discurso onanista de lo
políticamente correcto donde perdemos todos. Salud.
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