Capriles Randonsky hacia
la victoria
Abel Ibarra
Existe
una gleba electoral subvencionada monetaria y emocionalmente por Chávez que
tiene una cabeza borbónica: no olvida ni perdona, a lo que habría que agregar
que tampoco aprende, aparte de que tiene un corazón que no escucha el rumor de
la calle y se contenta con seguir a pie juntillas el soliloquio de sus latidos
mezquinos que no les permiten ni siquiera leer la prensa.
Cuando
el otrora Júpiter tonante se vio obligado a confesar que sufría una grave enfermedad
(no la nombro por Cábala), comenzaron las plañideras a destajo a jurarle su
amor eterno (no vaya a ser que se recomponga) y a lamentarse de que éste pueda
no regresar a su pasado de super héroe jactancioso, porque sin él “no se sabe
que va a hacer la oposición con nosotros”.
Bueno,
la oposición, convertida ahora en la alternativa democrática, ha dicho a través
de sus voceros de la Mesa de la Unidad, que derrotar a Chávez marca el comienzo
de la reconciliación entre los venezolanos que nos hemos visto obligados a
medio vivir en un charco de odio, chantaje y exclusión, que dejó por fuera todo
sentido de convivencia.
Nuestro
candidato presidencial Henrique Capriles Radonsky, en un empeño por zanjar este
barranco de diferencias que nos acogota, han declarado que un objetivo
fundamental es conquistar precisamente “al pueblo chavista”, ese mismo que en
el pasado votó por varios de los partidos que hoy conforman la Mesa de la
Unidad, pero que cayó bajo el embrujo fetichista de un alucinado que trajo
consigo un desastre peor que la enfermedad que prometió curar y, ahora, están
del “viaje de regreso del sueño”, como diría nuestro Andrés Eloy Blanco, trovero, venezolano y
universal.
Pero hay
gente empeñada es discusiones morbosas e inútiles acerca de la enfermedad de
Chávez, a pesar de que hemos dicho hasta la saciedad que lo importante es que
ésta pueda ser superada por el presidente para que el 7 de octubre reciba una
sanción de la gente que lo va a sacar con sus votos del poder.
Ha
quedado demostrado que el sentimiento de misericordia que Chávez produce con lo
que el ingenio del venezolano ha llamado “Misión lástima”, no se traduce en
intención de votos sino, por el contrario, genera un sentimiento de rechazo
ante el abuso de propaganda y derroche de explotación macabra de una carencia:
nadie va a votar por quien no garantiza la continuidad en el poder.
La idea
de invencibilidad que Chávez pretendió inocular en el alma del venezolano se
comienza a desvanecer y el pueblo saldrá a votar masivamente el 7 de octubre,
de la misma manera como lo hizo el 12 de febrero como un adelanto de lo que
será la victoria de Henrique Capriles Radonsky, como el primer paso para
restaurar nuestra democracia.
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