EL VENEZOLANO
Aunque la justicia es una categoría que puede considerarse absoluta, a lo largo de los siglos ha venido creándose una serie de distinciones que separan a la justicia terrenal de la divina, con indicación de que la única que, en realidad, corrige los errores y purga los pecados es esta última, aunque dicen muchos que llega tarde, cuando ya los humillados y ofendidos están severamente afectados . También se habla de justicia con diversos apellidos. Hay justicia social, que siempre se ha referido a limitar o reducir las diferencias sociales y a dar a los más necesitados acceso a los instrumentos esenciales.
Por supuesto así como el derecho se clasifica por su objeto en mercantil, civil, penal, administrativo, laboral o internacional, también puede hablarse de justicia aplicada a cada uno de ellos, como expresión de las divisiones funcionales de los tribunales. Podríamos seguir enumerando diversas clasificaciones, pero al fin, llegaríamos a la conclusión de que existe, en realidad una sola y única justicia, que no admite apellidos ni ámbitos. Todos debemos estar arropados por una misma y única justicia, que sea como su personificación, una dama ciega, con su balanza y su espada.
Casi desde el inicio del actual régimen se ha venido hablando de un tipo distinto de justicia, llamado por algunos revolucionaria, por otros socialista, pero que, en sentido estricto, trata de inclinar la balanza de la justicia en favor de una determinada posición política. Los cultores de esta justicia parcializada parten de un supuesto muy claro, la sociedad burguesa utiliza la justicia como un instrumento de dominación económica y de provisión de un piso favorable al capitalismo.
Este concepto, que podría considerarse humanista, sin embargo, tropieza con el problema de que la llamada justicia socialista, en realidad no hace sino favorecer la creación de una nueva casta de explotadores, conocidos por sus uniformes y consignas.
Ya sabemos los excesos de la justicia soviética, de la nazi o fascista, y hemos sido testigos cercanos de la justicia cubana. Todas ellas son ejemplos de procesos que nos recuerdan a Kaffka. En Cuba vimos, por ejemplo, fusilar a dos pobres muchachos en un juicio que se realizó en apenas una semana, por el horrible delito de intentar sustraer una embarcación para huir de la isla, sin que hubiera daños, agresiones o muertos.
La justicia venezolana, organizada según lineamientos políticos, que llevan a la magistratura sólo a "camaradas leales al proceso", resulta en aberraciones como las reveladas por Aponte Aponte, que hemos venido denunciando, casi incesantemente, desde 2003. Esa es la justicia que retrata a la "revolución bonita" y la que la pone en el banquillo de los acusados, frente a un pueblo que depositó confianza y esperanza en una pandilla de delincuentes, empeñados en apoderarse de todo y eliminar, de cualquier manera, a quienes no estuvieran de acuerdo.
Ahora no se puede invocar revolución, ni socialismo, porque lo que está a la vista es un amasijo de narcotráfico, robos, secuestros, asesinatos y delitos de la más variada índole, cometidos, supuestamente, en aras de la revolución, pero ejecutados por personas de esacas luces y largos prontuarios, delincuentes de toga, que ocultan su estulticia bajo las voces de "Uuu-Aaa- Chávez no se va". Esa es la justicia a la que hay que eliminar, para retornar a un ejercicio ético y racional de la justicia y devolverle el el ropaje a la dama, a la cual robaron toga, venda, balanza y espada. Seguramente la balanza se la entregaron a Makled, para pesar la cocaína.
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