“Comamos primero y luego la moral”.
El poeta venezolano Eugenio Montejo dice que “la lengua es la verdadera piel del hombre”. Se refiere Montejo a dos asuntos que se articulan en el sustantivo conversador: Uno, al músculo magnífico que le pone carne al viento de las palabras y, dos, al idioma que nace a punta de vocablos pronunciados para nombrar las cosas habidas y por haber en el mundo. Así, la lengua convertida en piel, no es otra cosa que el reflejo del universo interior de quien habla aunque a veces funcione como máscara que oculta el rostro de un impostor. Eso en lo que se refiere al individuo, pero cuando hay un afán escatológico, de regusto por el detritus verbal en una secta o soviet, significa que se han desatado los demonios que intentan escapar del magma de podredumbre que ayudaron a crear.
El caso del destituido juez venezolano Aponte Aponte se ha convertido en un aquelarre en el cual los denunciados como miembros de un poderoso cartel del narcotráfico, tratan de ocultar sus expedientes delictivos poniendo la paja en el ojo ajeno de la alternativa democrática para eludir la viga estupefaciente en el propio. Falto de ideas y de solvencia idiomática, Aponte Aponte, tratando de salvar el pellejo al convertirse en acusador y testigo de excepción, develó los intersticios de la trama gangsterígena que maneja los hilos del poder en Venezuela y el gobierno trató de escurrir el bulto tras el burladero de dicterios, insultos y amenazas, a manera del patán que pasa por bravucón para disfrazar su cobardía.
El presidente Chávez ha dicho, entre otras finuras dignas de un prontuario policial, que Aponte Aponte es un delincuente con el sólo objeto de descalificarlo, cuando se sabe que fue él quien lo impuso como compinche leguleyo para desnaturalizar la majestad del Poder Judicial, ordenándole fallos administrados a guisa y manera de su propia ambición. La razón de fondo para tal confesión de parte y relevo de pruebas, es que el miedo le hizo metástasis en los huesos, porque su fracaso de catorce años en el poder flota en la atmósfera como una señal de derrota. Y, con el resorte del mismo miedo, la cosa nostra roja rojita, encabezada por sus más conspicuos voceros, apelaron a todo el arsenal de ofensas, injurias y dislocaciones ramplonas de nuestro idioma, como evidencia desesperada de que se les vino el mundo encima.
Tarek Alsaimi, Ministro del Interior y ficha del partido Baath the Irak (el mismo del asesino Sadam Hussein) Diosdado Cabello, convicto de mancebía ideológica con su mentor Chávez por aquello de “los ojos bonitos”, el general Rangel Silva, il capo di tutti capi, Clíver Alcalá Cordones, el general Mickey Mouse, todos, aparecen intoxicados por el polvo de denuncias acerca del tráfico de cocaína delatado por Aponte Aponte. Y Nicolás Maduro se cayó de sí mismo balbuceando, cuando la emprendió a palabrejas como provocaciones contra nuestro candidato presidencial.
Pero, valido de su experiencia como gobernante de éxito y político de camino luminoso, Henrique Capriles Radonsky sin inmutarse giró instrucciones al comando de campaña: “no morder el peine del gobierno”. Mientras tanto los del gobierno se confiesan en soliloquio, como el Mack The Knife de la Ópera de Dos Centavos de Bertold Brecht: “Comamos primero y luego la moral”.
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