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Deben mostrar coraje para romper con las fuerzas perversas del narcotráfico
Desde que fue fundada en Colombia en1964, como una guerrilla campesina marxista leninista con filiación cubana, por Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda, el siniestro Tirofijo, las FARC se han degradado de la ideología al delito, de la redención del proletariado agrícola, a la complicidad con el narcotráfico.
En menos de 50 años se pulverizó la credibilidad de las FARC. Ahora son apenas un aparato delictivo, lo suficiente millonario por el negocio de la droga, como para desplegar grandes campañas de promoción y, desde luego, levantar emociones en los cándidos nostálgicos de una revolución imposible.
En la actualidad la guerrilla colombiana, ELN, Paramilitares y claro está, las FARC, son un espectro de lo que antes fueron. Los gobiernos de Alvaro Uribe y Juan Manuel Santos les han propinado derrotas políticas y militares irreversibles. Después de eso las FARC saben que o se pacifican, aceptan la generosidad de la Democracia para integrarse a la convivencia civilizada, o desaparecerán con más pena que gloria.
El juego de ellos, para atrasar el desastre hasta donde sea posible, es tratar de aprovechar las poco inteligentes contradicciones entre Uribe y Santos, para crear confusión; simular fortaleza de combate con acciones militares propagandísticas (donde abundan los secuestros, implantación de minas antipersonales, reclutamiento de niños para la guerra y otras atrocidades), para negociar sin tener que bajar la cabeza del todo; y también: comenzar a crear un liderazgo civil para el futuro, por eso promueven a la impresentable Piedad Córdoba, para lo cual cuentan con la asesoría de Lula Da Silva y el financiamiento de Hugo Chávez.
Pero las FARC como ejército irregular no tienen destino. La Comunidad Europea, Colombia, Chile, Perú, Estados Unidos, Canadá y Nueva Zelandia, ya la colocan entre los grupos terroristas del planeta. Viven acorraladas por las fuerzas armadas y la opinión pública colombiana y mundial. No les queda otro camino que la integración a la vida democrática.
Aunque claro, deben mostrar coraje para renunciar a los crímenes políticos y, lo más difícil para ellos, romper con las fuerzas perversas del narcotráfico.
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