Latinoamérica: amores y vendettas
Abel Ibarra
El presidente Santos es tan astuto que termina dándose con las espuelas. Apenas asumió la presidencia de Colombia trató de allanar el barranco que lo separa del presidente Chávez llamándolo su “nuevo mejor amigo”. Parece ser que la gran deuda que Venezuela adquirió con Colombia desde que Chávez destruyó el aparato productivo del país y abrió el chorro de importación de bienes de Colombia, es la tinta que alimenta las cuitas de amor entre ambos gobernantes. Parece ser (en esas relaciones peligrosas todo “parece ser” porque las cuentas no están claras) que aún queda mucho por saldar de ese intercambio resbaladizo y Santos se esmera en su pasión cortesana diciendo que Chávez es “un factor de equilibrio en el continente”.
Pero estos amores de Santos (variable como el Ariel de “La Tempestad” shakesperiana) y Chávez (primitivo y agreste como Calibán) se encuentran en el ojo de un huracán de vendettas que acaba de destaparse en Venezuela. Recientemente fue asesinado Jesús Aguilarte, ex gobernador del estado Apure, agente de doble fondo que se convirtió en enlace con las FARC y el narcotráfico fronterizo con Colombia, para, luego de vueltas y revueltas gangsterígenas que lo condujeron a un tratamiento de desintoxicación de cocaína en Cuba, terminó sus días a manos del sicariato. Parece que había amenazado con develar la trama del narcotráfico que implica a generales del alto mando militar venezolano y, luego de amenazarlo una primera vez, decidieron bajarle el telón.
Más sagaz y quizá con la lección de traiciones aprendida de sus mentores, el juez Eladio Aponte Aponte, ex presidente de la Sala Penal del Tribunal Supremo de Justicia y ex miembro de la Corte Marcial de las Fuerzas Armadas designado por Chávez, decidió escapar con nocturnidad al ver que se le estrechaba el cerco de sus antiguos aliados en Venezuela y se fue a Costa Rica. Eladio Aponte resultó implicado junto a varios generales, entre ellos el ministro de la defensa Rangel Silva y Alcalá Cordones, comandante de unidades blindadas, en el turbio asunto que destapó Walid Makled, un narcotraficante entregado por Santos a la “justicia venezolana” como dote.
Aponte Aponte se puso en contacto con la DEA para evitar (parece ser otra vez) que lo secuestraran miembros del G2 cubano y de la embajada de Venezuela en Costa Rica, que le querían borrar el libreto de confesiones que estaba a punto de hacer. El magistrado (cosas veredes Sancho) hizo un mea culpa en el cual delata a todos sus compinches y devela que hasta recibía órdenes del presidente Chávez para dictar tal o cual sentencia, incluida la exculpación de un oficial que fue descubierto con un cargamento de cocaína escondida en un cuartel del glorioso ejército revolucionario.
Los revolucionarios han comenzado a darse el beso de la muerte, que entre mafiosos se da en la boca, anunciando que se tambalea ese Kremlin de amores tormentosos y vendettas. Santos debe estar meditando con un cierto sustico y nosotros, los que queremos ver restaurada la democracia en Venezuela, no nos metemos en ese mundo de sordidez, como nadie debe meterse en los problemas de los matrimonios que se acaban.
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