Wednesday, August 8, 2012

¿A DÓNDE ACUDIMOS CAPRILISTAS Y CHAVISTAS?



Formato del Futuro…

Todos los venezolanos vivimos hoy en un torbellino de inquietudes y de desconcierto, contrariamente a lo que, con seguridad, le sucede a otro ciudadano que habita en un país normal, en donde se puede vivir con  esperanzas, y sin la inquietud de lo inesperado y de la amenaza permanente.


Quizás los venezolanos, inclusive,  no nos hemos percatado de ese hecho tan curioso, como es de que ya formamos parte del conjunto de países con un récord muy peculiar: integramos una sociedad en la que sus miembros, en promedio y por hora,  miramos para atrás y los lados cinco veces más que los canadienses o los americanos. Se trata de lo que, coloquialmente, aquí llamamos, “estar moscas”, y que quienes han detectado semejante comportamiento reflejan lo obvio: nos sentimos desprotegidos, con permanente  desconfianza y con mucho miedo.


¿Y cómo ser componentes diferentes de una sociedad sin dichas características cuando, a diario, ya es también parte del costumbrismo criollo ver a madres y padres llorando la pérdida de un hijo o hija, mientras que, entre lágrimas, invocan el castigo divino, ya que aquí no hay justicia?. Le sucede a todos los venezolanos, indistintamente de su condición social, económica o simpatías políticas; y hoy, inclusive, es componente primario en el discurso preelectoral liderado por “Chavistas” y “Caprilistas”, a la vez que emergen nuevas recetas gubernamentales contra el grave problema, pero sin que se aminore el número de vidas útiles que pierde Venezuela cada hora, cada día.


¿Y cómo ser componentes diferentes de una sociedad sin dichas características cuando, a diario, ya es también parte del costumbrismo criollo ver a madres y padres llorando la pérdida de un hijo o hija, mientras que, entre lágrimas, invocan el castigo divino, ya que aquí no hay justicia?

Le sucede a todos los venezolanos, indistintamente de su condición social, económica o simpatías políticas; y hoy, inclusive, es componente primario en el discurso preelectoral liderado por “Chavistas” y “Caprilistas”, a la vez que emergen nuevas recetas gubernamentales contra el grave problema, pero sin que se aminore el número de vidas útiles que pierde Venezuela cada hora, cada día. Entre la desprotección, la desconfianza y el miedo, los ciudadanos venezolanos de bien, sencillamente, han asumido lo peor de la realidad: aislarse, en procura de un sistema de vida en el que cada uno idea su mejor forma de no ser víctima, cuando lo que se requiere -y con urgencia- es tomar determinaciones, y lo cual se plantea como exigencia indeclinable ante la trascendente e histórica oportunidad del proceso electoral. Del evento comicial considerado -y con razón- el más importante de la vida republicana venezolana, ya que nos pone ante la disyuntiva de actuar obedeciendo a la escogencia del camino que nos conduzca a decidir por la opción de ir al reencuentro colectivo con la venezolanidad, con el rescate de la hospitalidad y de la bondad característica del gentilicio criollo, o por la alternativa de seguir dividiéndonos y odiándonos, sólo por pensar distinto. La desaparición de la venezolanidad no puede continuar siendo el alto costo que deben pagar los venezolanos de hoy y del futuro, por el solo hecho de no pensar igual, cuando abordan el tema político. De lo que debería ocuparse, por el contrario, es de convertir la práctica del derecho al discernimiento en el fortalecimiento de lo que otros llaman ADN democrático de los venezolanos, y no seguirla utilizando como base de una invariable enemistad.

Ayer, bajo el techo de la democracia que otras generaciones se ocuparon de construir, convivían todas las corrientes políticas, sin que se pensara que la multiplicidad de enfoques ideológicos sobre la forma de conducir al país, podía ser luego el argumento de peso para que las no coincidencias terminaran siendo la causa para merecer el señalamiento de ser un traidor a la Patria. En cualquier encuentro social venezolano, inclusive, demócratas, socialistas, comunistas y militaristas, entre otros, se hacían chistes de la condición política de unos y de otros, sin que eso implicara ser enemigos.

Y a esa Venezuela es a la que se debe volver, porque, entre los venezolanos, definitivamente, no puede existir otra Venezuela que no sea la que proyecta a la nación ante el resto del mundo, como un verdadero paraíso para la convivencia. El regreso a la convivencia a la venezolana, lamentablemente, no forma parte de ninguna propuesta electoral. Y a la ciudadanía votante, entonces, le corresponde convertirla en un objetivo social tan importante, como el ya casi olvidado Acuerdo que suscribieron los candidatos a la presidencia de la República, en respuesta a la obligación de seguir construyendo transparencia alrededor del importante evento. ¿Transparencia, cuando lo que ella representa y en lo que se traduce es en la obligación en la que están todos los aspirantes a ocupar el máximo cargo del país, de cumplir con lo que establecen la Constitución de la República, la Ley para el ejercicio electoral, y el Reglamento que acuerde el Poder Electoral?.

Desde luego, dejar entrever lo contrario y demandar la casi obligatoria firma de un Acuerdo que, además, garantice el reconocimiento de resultados, es lo que para muchos votantes equivale, de entrada, un irrespeto a la normativa, pero también a los propios electores. Sobre todo, porque lo que como discurso propagandístico y con mayor vehemencia se trata de sobreponer a la voluntad participativa de los electores venezolanos, es la eventualidad de la aparición de hechos y circunstancias que conviertan los comicios del 7 de 0ctubre, en un acto fraudulento. ¿ES QUE ACASO SÍ ESTÁ PLANTEADA LA POSIBILIDAD DE NO RESPETARLOS?. ¿Qué es lo que deben pensar los venezolanos?. ¿Que existe realmente la posibilidad de un fraude?. ¿Que todos los que van a concurrir a este gran acto Democrático pueden vivir una gran decepción?. ¿Cuál es la razón de fondo para declarar nacional e internacionalmente que algún bando va a declarar fraude?. ¿Qué se quiere justificar?.

Ante tantas interrogantes e inquietudes, y estando en un momento histórico tan importante, no puede ser posible que sólo quede pedirle a Dios que le tienda su mano a los venezolanos, ya que se trata de una sociedad impulsada por su propósito de ser expresión de buenos ciudadanos, y motivada por su sincero propósito de colaborar con la paz y la justicia de Venezuela y el mundo. Tiene que existir, además, la voluntad colectiva de buscar una solución a esta enorme incertidumbre.

El candidato de Gobierno y sus voceros, aseguran, desde ya, que todas las encuestas los señalan ganadores. Entonces, para que no quede ninguna duda, deberían ser los más interesados en que el proceso no tenga máculas de fraude toda vez que, al estar en el poder, serían los únicos contendores o participantes de la contienda con posibilidades de cambiar los resultados, lo cual, se supone, no es su intención. Adicionalmente, el Poder Electoral debería permitir la presencia en el país de observadores internacionales que, por su jerarquía e importancia participativa en eventos similares en otras partes del Continente y del resto del mundo, contribuyan a erradicar toda sospecha de que el 7-0 no habrá en Venezuela unas elecciones limpias.

 Además de que el estado venezolano, ante las demás naciones democráticas, ofrecería la garantía de ese día habrá en el territorio nacional unos comicios pulcros, porque, internamente, funciona un sistema electoral cónsono con las implicaciones y exigencias de un hecho electoral que ya ha sido calificado de ser el más importante de la historia republicana venezolana. Sin duda alguna, sería una manera inobjetable de vencer la incertidumbre. Y, de igual manera, un primer paso para que, después del 7-0, los venezolanos tengan más y nuevos motivos para compartir abrazos, e integrar esfuerzos que faciliten el trabajo por la seguridad, la justicia y el bienestar colectivo.

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