Friday, August 3, 2012

El garzón soldado

El garzón soldado

Abel Ibarra

 No se trata del ave zancuda que posa sobre una sola pata por ríos de El Valle del Cauca en Colombia y en llanos venezolanos. Se trata del ex juez Baltasar Garzón, quien con su cara de mosquito bifocal anda metiendo a Colombia en camisa de once varas al alentar y participar en “un conciliábulo semi clandestino con jefes exaltados de la etnia Nasa (o Páez)”, que protagonizaron disturbios en la zona de El Valle del Cauca durante el mes de julio. El entrecomillado pertenece al periodista Eduardo Mackenzie, quien desnuda a ese delincuente de cuello, pompa y circunstancia, siguiendo el itinerario criminal que lo ha llevado, finalmente, a convertirse en defensor de Julián Asange, el hacker de Wikileaks, acusado de varios delitos sexuales en Suecia.


 Mackenzie le recuerda a este mundo tan olvidadizo que Garzón fue destituido como juez por la Audiencia Nacional española, en una investigación de los asesinatos del franquismo en la que intervino teléfonos ilegalmente, haciéndose, además, la vista gorda de los cometidos por los republicanos durante la Guerra Civil Española, tanto o más atroces que los de sus adversarios. En España se había cerrado el tenebroso asunto con la ley de amnistía de 1977 que dio paso a la democracia pero Garzón, en busca de notoriedad, pensando en su posible ascenso a la Audiencia Nacional de España o al tribunal de La Haya, decidió reabrirlo para fabricar su consagración con la escalera de los huesos de los muertos.


 Ahora Garzón es asesor (suponemos que en materia de estupro y alevosía) de los gobiernos de Ecuador y Colombia. Se entiende que en el Ecuador, donde Rafael Correa ha desmontado todo el andamiaje institucional del Estado, secuestrado los poderes públicos y conculcado la libertad de expresión, su cooperación tiene sentido ya que es experto en fabricar entelequias jurídicas con el expediente de su falta de escrúpulos. Pero en Colombia, país democrático que preserva su estamento legal, su intromisión resulta inaceptable y sólo puede ser entendida bajo el afán del presidente Santos de hacerse de “nuevos mejores amigos” que han terminado complicándole la vida.


 El caso es que ahora anda encompinchado con Piedad Córdoba, otra destituida de sus labores parlamentarias por sus conspiraciones de doble fondo con las FARC y el narcotráfico, azuzando la rebelión de indígenas y campesinos con el único fin de subvertir el orden constitucional en Colombia. Vendiendo la idea de que él puede resolver las divergencias (se entiende que de sangre, coacción y muerte) que tienen las FARC con el gobierno colombiano, se ha convertido en una pica en Flandes para producir todo lo contrario: ha convencido a los indígenas de que el Ejército, que ocupa con legitimidad institucional ese territorio, debe salir de allí para garantizar la paz, artera maniobra para que las FARC se quede con el control del Cauca.


 El presidente Santos debería ordenar una investigación al juez Garzón y rechazar a los nuevos mejores amigos, porque los viejos han resultado más leales.

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