Rómulo Betancourt y la generación de 1958
Luis Prieto Oliveira
Para aquellos de nosotros a los que tocó vivir la dictadura y el exilio en la década de los 50, los acontecimientos que condujeron al 23 de enero del año 1958 y el renacimiento del clima democrático, continúan siendo fuente de discusiones y de inspiración. Para explicar el período político más prolífico de nuestra historia, en el cual la paz prevaleció, a pesar de que hubo intentonas militares y una guerrilla fomentada y armada desde el exterior, con activa participación de oficiales y soldados extranjeros, es imprescindible adentrarse en los diversos meandros de un desarrollo que transformó el concepto de que, como se decía en nuestra infancia, para ser presidente de Venezuela era necesario ser andino y general, como lo fueron sucesivamente Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita, en un período que abarcó 46 años. A partir de 1945 esto comenzó a cambiar, con la llegada de Acción Democrática al poder, por la vía de una insurrección militar que derrocó a Medina y abrió las puertas del siglo XX al país, e introdujo, por primera vez, algunas de las conquistas más notables de la democracia occidental en nuestro país.
Es imposible considerar estos hechos sin topar con la figura dominante de muchos de los cambios políticos ocurridos en la nación durante esos largos años de hegemonía militar andina, la de Rómulo Betancourt, uno de los protagonistas de la Semana del Estudiante en 1928 y presencia fundamental en la formación de los partidos clandestinos que mantuvieron vivo un rescoldo de esperanza política en aquella época de oscuridad y terror.
Que el análisis de los acontecimientos y la vida de Betancourt, sobre todo de sus escritos, lo haga un hombre como Gumersindo Rodríguez, quien fue líder del movimiento juvenil que se levantó contra el liderazgo del fundador, enarbolando consignas del socialismo y del materialismo marxista, contra el concepto nacionalista y progresista de Rómulo, es un hecho verdaderamente trascendental en la tradición de análisis político venezolano, de igual, e incluso superior jerarquía que la biografía del mismo personaje, hecha por Manuel Caballero.
Quiero aclarar que Gumersindo fue el primer dirigente nacional de AD con quien hablé al regreso del exilio, en los últimos días de enero de 1958. Era el Secretario Juvenil Nacional y manejaba con puño fuerte a una juventud aguerrida, que había llegado al control de toda la organización como resultado de la atrición, por muerte, prisión o exilio de la dirigencia adulta. No hay que olvidar que en aquella época los presos políticos se contaban por miles y llenaban, podría decirse que rebosaban, las cárceles y campos de concentración y que el riesgo de la acción política era realmente muy fuerte, como lo demuestra la cadena de mártires que le dio esa época a Venezuela, empezando por Leonardo Ruiz Pineda.
Esos jóvenes ocupaban cargos políticos que no estaban acordes con su experiencia y habilidad, pero se habían ganado los galones y estrellas en el campo de batalla y no se los habían robado a nadie. Gumersindo nos adentra en la gran aventura de esa generación política que surgió, casi de la nada, entre 1956 y 1957, con la lucha estudiantil y la organización interna, siempre con la Seguridad Nacional respirándoles en la nuca. Nos refiere su formación y convicciones políticas, sus cercanías y diferencias con los comunistas, que eran los únicos otros que luchaban abiertamente contra la dictadura. Su formación política la logró en la acción y, desde que la Escuela Normal Miguel Antonio Caro, de la cual egresó como maestro, fue ocupada por la SN y sus instalaciones convertidas en sede de un liceo militar, se integró con fuerza a un movimiento que, de manera espontánea, por falta de maestros y guías, se inclinó muy fuertemente hacia la izquierda. Los que estábamos en el exilio, aunque alejados físicamente, compartíamos muchas de las inquietudes y teníamos contactos con ellos, aunque sin conocerlos.
La forma como se produjo la caída de Pérez Jiménez y se logró frustrar la intención continuista de los militares más allegados al dictador, con una masiva intervención política, forma un telón de fondo de la primera parte del importante libro que nos ofrece este distinguido economista y hombre de estado en el que se ha transformado aquel “cabeza caliente” de 1958 al 60. Del Gumersindo que pronunció el discurso en Maracaibo, con el cual se consumó la primera división de AD, al hombre de hoy, ha pasado mucha agua bajo los puentes, y hay un esfuerzo concentrado para entender y explicar lo ocurrido entonces y después, a lo largo de los años.
Es interesante explorar, junto con él, la evolución de su relación con Rómulo Betancourt, de adversario ardiente, a admirador y casi exégeta. El minucioso análisis de la evolución política de Betancourt entre 1927 y 1936, de las fuentes nutricias de su pensamiento y acción y la síntesis que le permitió concebir a las organizaciones que precedieron a AD, junto con una brillante generación de hombres y mujeres, que casi por vez primera se incorporaron de lleno a las tareas políticas, no como simples vasos sexuales, sino como compañeras de luchas y aspiraciones, es de importancia trascendente.
Betancourt el estadista
Podría decirse que el leit-motiv del interesante tomo de Gumersindo es la manera como Rómulo y sus más cercanos colaboradores entendieron el concepto de la siembra del petróleo y cómo lograron adaptar una tesis política, concebida en el fragor de la lucha y muy lejana de las realidades del poder, en un conjunto de acciones coherentes en los planos políticos, administrativos y fiscales. El autor demuestra su destreza en el uso del análisis político, explica sus cambios de actitud y, sobre todo su desacuerdo frontal con la tesis de la lucha armada y de la guerrilla, que genera su separación de las filas de lo que sería el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), formado por casi todos sus compañeros de lucha clandestina contra la dictadura, que no pudieron superar el paso de la oscuridad a la claridad de la acción política de frente a realidades concretas, en contacto directo con el pueblo y sus necesidades inmediatas.
Gran parte del segundo volumen de la obra, que es el verdadero centro del trabajo emprendido por el autor, se dedica a un concienzudo análisis económico de las políticas de la mal llamada Cuarta República y la instrumentación del modelo de país concebido e implementado entre 1936 y 1945 y enriquecido luego por los estudios y análisis de la década de exilio y los contactos crecientes con políticos e ideas de otras partes. Es una lectura ante la cual hay que recurrir a los conocimientos de economía política que todos tenemos y ver las cifras y gráficos que demuestran o refuerzan las hipótesis sustentadas por el escritor.
No hay duda, esta obra de Gumersindo merece y requiere una lectura detenida por todos los que, desde una u otra trinchera, tratan de entender la realidad venezolana y de adentrarse en las posibles vías de solución de los graves problemas que hoy aquejan a nuestra nación.
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