Carlos Fuentes y de pronto la noche
Abel Ibarra
“Ognuno sta solo sul
cuor della terra, trafitto da un raggio di sole: ed è subito sera”, dice
Salvatore Quasimodo de la muerte. Sí, “uno está
solo en el corazón de la tierra, atravesado por un rayo de sol y, de pronto, la
noche”, cosa que le ocurrió a Carlos Fuentes cuando le llegó la parca sin aviso
y sin protesto. La vida de Carlos Fuentes fue un paso luminoso por la tierra
con sus alforjas cargadas de libros, películas, celebraciones y desafío a todo
lo convencional, que hizo un paréntesis en este oscuro momento.
Su imagen me
regresa en fogonazos de memoria desde el día en que recibió el Premio “Rómulo
Gallegos” por su obra “Terra Nostra”. Resultaba una disonancia cognoscitiva
vincular su estampa de galán de cine, de charro sin pistolas, de astro charmant, con el apocalipsis narrativo que sustenta la novela. Polo Febo, un manco
que se gana la vida como hombre sándwich para promover las exquisiteces de un
café, se levanta un día como cualquiera para cumplir su tarea cotidiana y,
luego de tomar una ducha con su único brazo, sale a las calles de París para
asistir a los prolegómenos del fin del mundo.
El fundamento conceptual
de la novela (sí, es una obra de tesis, es decir, que propone una “visión de
mundo”) se halla en el Milenarismo, doctrina que postula la llegada del Mesías
cada mil años y se articula sobre el mundo con el Apocalipsis. El asunto fue
objeto de innúmeras discusiones cuando en las clases de Adriano González León (“padre
y maestro mágico, liróforo celeste”, como le gusta decir a Rubén Darío) nos
encaramos con las tendencias literarias contemporáneas.
Basados en el
prestigio del premio y en el desafío que significaba desentrañar las claves
secretas que le dan vida a “Terra Nostra”, decidí, junto a una amiga de
compañía dulce y tormentosa que ya se fue del planeta, hacer la tesis de grado
con un ensayo acerca de la infernal obra. Apilamos sobre el escritorio común
todo lo que tuviera que ver con las utopías (emparentadas con el Milenarismo),
partiendo de la República de Platón,
el Gilgamesh, los Mitos de Hesíodo, la propia Utopía de Tomás Moro, la Civita Dei de San Agustín, el Walden de Skinner, pero eso sí, sin
reparar en los socialistas utópicos Fourier y Saint Simon, porque ya habíamos
comenzado a dejarnos de eso.
El caso es que
llegamos al llegadero gnoseológico del Apocalipsis de San Juan para seguirle la
pista al demonio que anda por las páginas de Terra Nostra. Comenzamos a leer
con fruición todo el texto fatídico y se fue creando una atmósfera lúgubre,
como de vaho sulfuroso entre las cuatro paredes del apartamento. La perra
comenzó a ladrar con actitud firme hacia el balcón (como si estuviera leyendo
el 666 en la frente de la bestia) y constatamos que era imposible para un ser
humano subir hasta el tercer piso sin escalera.
Al día siguiente
le confesamos al poeta Eleazar León y a Adriano que nos había salido el diablo.
Stefania Mosca escribió su tesis sobre Borges y yo sobre Juan Rulfo. Y, para
conjurar el asunto, le pusimos música con mi guitarra a “Ognuno sta solo sul cuor
della terra…”, convencidos de que Carlos Fuentes era un narrador de cosas que
ocurren en el Más Allá. Vale.
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