Sunday, July 29, 2012

Los Puertos Acusan


Formato del Futuro…

Egildo Luján Nava

Cuando los voceros gubernamentales le expusieron a los venezolanos en qué efectos positivos se traduciría la incorporación plena de Venezuela al MERCOSUR, llamó la atención el hecho de que afirmaran que, entre otros beneficios, el país comenzaría a recibir alimentos a precios menos costosos que los que ya estaba adquiriendo por vía de las importaciones, muchas de ellas de Brasil, Argentina y Uruguay. Es decir, se hizo presente aquello de lo que hoy se ufana el Ministro de la Alimentación, Carlos Osorio: aquí se come y si se trata de alimentos importados, no hay motivos para preocuparse. En otras palabras, antes que exaltar o dar a conocer la forma como la Nación asumiría su nuevo rol en plan de fuerza exportadora, apoyada en las coincidencias internas entre los agentes económicos comprometidos con su obligación de cumplir con los términos fundacionales del bloque del Sur, se puso de manifiesto el espíritu dependiente de una conducción ajena a los retos del futuro nacional, simplemente, porque el rentismo petrolero pareciera haberse enquistado de manera definitiva en la actual forma de gobernar.

Es absurdo creer en que la actuación venezolana en dicho conglomerado de naciones, siempre va a estar signada por la falsa creencia del beneficio único de la ventaja exportadora. Sin embargo, plantearse después del 31 de julio una participación integracionista sin tomar en cuenta que la potencialidad productiva y competitiva criolla tiene que recomponerse, para poder construir relaciones no necesariamente sometidas a la asimetría con los que llegaron antes, equivaldría a reeditar la errónea aplicación con la que se midió la importante presencia en la Comunidad Andina de Naciones. Ahora, no puede ser una recomposición verbalista, edulcorada por subjetividades históricas y enamoramientos inflexibles de acuerdo al desplazamiento del discurso justificador del paso dado.

No. Tiene que ser un hecho concreto, producido por la conjunción de enfoques y diseños estratégicos encaminados a echar las bases de un esfuerzo real de país. Y, desde luego, manifestación cierta de la voluntad de una sociedad trabajadora que se niega a vivir entre las penumbras y las dudas provocadas por la convicción de que lo actual, antes que estimular y alentar esperanzas, se fortalece cada día como la anulación y negación de los venezolanos que sueñan con un futuro de progreso y bienestar. Las opiniones empresariales que se han dejado escuchar entre las múltiples interpretaciones del hecho ya casi consumado, una vez más, lo que han reclamado es la actitud excluyente de quien, se supone, actuó en plan de negociador nacional, el Gobierno. Y excluyente porque, con la misma determinación que meses atrás rechazó toda posibilidad de la presencia empresarial venezolana en encuentros con homólogos colombianos, mientras los jefes de estado de ambos países hablaban de nuevas formas de direccionar la bilateralidad comercial, también en esta ocasión se ha dado el mismo evento, si bien el entendimiento ¿negociador? sólo fue entre actores gubernamentales.

La integración entre los pueblos y la globalización económica son realidades supragubernamentales, si bien a los conductores de los países les corresponde velar por los intereses de aquellos a quienes gobiernan. Y en el caso de la incorporación de Venezuela al MERCUSOR, con la misma predominante unilateralidad gubernamental que decidió el divorcio de la CAN, el Gobierno de Venezuela ha desempeñado un desafortunado rol que, internamente, ha sido interpretado como otro paso en falso, antinacional y hasta conducido por la justificada administración pragmática de tres presidentes que insisten en ver a su socio petrolero, como un mercado de amplias posibilidades expansivas.

En Venezuela, los empresarios privados y los que ejercen el derecho constitucional a la práctica de la propiedad, desafortunadamente, no tienen en su Gobierno al negociador por excelencia y promotor del emprendimiento emergente. Es decir, no cuentan con la posibilidad de alianzas al estilo y mejor concepción de asociaciones sector privado-gobierno, como sí lo tienen los nuevos países socios. Y aunque quienes analizan el hecho económico, político e histórico lo relacionan en sus posibles cambios con lo que pueda suceder durante el mes de octubre en las elecciones presidenciales, no es absurdo pensar en que unos posibles aliados para que esta situación evolucione con innovaciones de avanzada, pudieran ser los empresarios y gobernantes de los países socios. Ya que, después de todo, la integración Latinoamericana es una necesidad, y todos los pasos tímidos o imperfectos que se den hoy en atención a ese propósito, jamás podrán asumirse como equívocos indeseables.

Los puertos venezolanos que ingresan –y deberían egresar- bienes producidos en otros países, hoy fungen como acusadores de la vigencia de una política económica errónea, quizás, de paso, porque es a lo que conduce e inducen las manipulaciones cambiarias y monetarias venezolanas, además de que, sin duda alguna, a menor empresa privada y propiedad ciudadana, es mejor bregar con productores y trabajadores de otros países. Pero no es imposible revertir dicho proceso. Solo que pasar de la involución a posiciones de vanguardia, amerita mucho más que sueños y esperanzas en potencialidades indefinidas. Demanda y exige compromisos de participación en el reclamo del hecho erróneo, como en la disposición a sumar voluntades a favor de lo que reclaman –por derecho natural-casi 30 millones de venezolanos, ya cansados de financiar fracasos gubernamentales de hoy y de ayer, a cambio de empobrecimiento.

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